Aunque la crítica especializada se empeña en enunciar cierto desfasaje entre originalidad (asumida como provocación) y sutilezas (como argucias o códigos estéticos y semánticos) propios del discurso cinematográfico de los noventa, el filme Reyna y Rey realizado por Julio García Espinosa en 1994 merece atención aparte ya que se encuentra entre las películas emblemáticas del período, a pesar de sus limitaciones.
Reyna y Rey no inaugura el cáustico y prolijo lustro, pero contribuyó a otorgarle madurez en el contexto creativo iniciado por Orlando Rojas con Papeles secundarios, de 1989, y Daniel Díaz Torres con Alicia en el pueblo de maravillas, de 1990. La película fue coproducida por el ICAIC con escasísimos recursos y TeleMadrid S.A. con idea y guión de su realizador, la dirección de arte de Pedro García Espinosa y la fotografía de Ángel Alderete.
Dedicada al reconocido cineasta Cesare Zavattini, la obra da fe del tratamiento de un tema profundamente humano con alcance universal que posee actualidad y relevancia en todos los tiempos: la soledad espiritual de una mujer frecuentada desde la perspectiva de la ancianidad. Reyna vive con su mascota en la mansión donde fue empleada otrora, espacio que comparte con Rey, su perro, como asidero donde se canalizan sus sentimientos. Las actuaciones de Consuelo Vidal, Coralia Veloz Fernández y Rogelio Blaín entre otras, muestran coherencia y prestancia interpretativa con respecto a los sintagmas que propone el argumento y discurso cinematográfico.
Emilio y Carmen regresan de Miami cuando se recrudece la crisis en Cuba, contexto en el que Reyna se ve obligada a entregar su mascota a la perrera debido a la aguda situación económica. Durante el reencuentro tienen lugar las subtramas reveladoras de zonas socio-espirituales que atañen al autorreconocimiento de la patria como memoria y espacio donde se expresa la gama de sentimientos íntimos y elevados.
El tratamiento de la patria por el personaje de Carmen enlazado desde el punto de vista semántico a la trama principal revela matices y reflexiones a través de los parlamentos que le conciernen. Este tópico dialoga con criterios diversos dados mediante otros personajes que no llegan a convertirse en tipos sociales como: la amiga de Carmen y la presidenta del CDR. El regreso a Cuba para Carmen es no sólo volver a casa (espacio vital de empatías y recuerdos), es un viaje que no termina con la visita a Tropicana, pues precisa de la revisión de su existencia marcada por las palmas, cual símbolo que estigmatiza su reencuentro con recuerdos, sabores y olores retomados como norma del vivir.
La búsqueda de la felicidad es un tópico tratado en la obra que deviene en la materialización de afectos y sentimientos proclives al disfrute de la fantasía y el despliegue de emociones. Nudos de conflictos subyacen y nos acercan a la problemática socio-espiritual de esos tiempos tales como: cambios sociales que afectaron modos y estilos de vida en la sociedad cubana de entonces, desarraigo, ruptura con afectos y sentimientos, así como la necesidad de realización humana que cede espacio a la prostitución y desaliento.
El exilio como vía posible para resolver la existencia humana es apuntado con naturalidad, apreciándose una intención ajena a todo nihilismo, razón por la cual se convierte en sutileza semántica que defiende la condición humana y social del hombre.
De modo que todo el acontecer contextual se expresa como factor en derredor del cual tiene lugar la historia matizada por sus disímiles condicionantes. A penas se muestra la crudeza de un lustro de profunda crisis económica y social que desplazó valores y afectó de manera cáustica zonas de nuestra identidad colectiva que merecen un análisis más exhaustivo, pues el argumento se desarrolla si bien no al margen de la realidad, centra su interés en asuntos humanos por resolver.
En tal sentido, la decisión de optar por la soledad por parte de Reyna y Rey transciende los nexos afectivos e íntimos que provoca sufrimiento en ambos y se convierte en parábola que refleja la problemática real de nuestra nación en un período tan convulso de la historia. La nulidad no encuentra cabida en la trama que termina con el llanto de Reyna como final abierto o improbable desenlace al que nos convoca el filme.
Del discurso cinematográfico merece especial atención la dinámica que muestran los planos medios, generales y paneos, que responden a la calidad estética de la fotografía caracterizada por el naturalismo de entornos y espacios interiores, en cuyo ámbito se expresan gradaciones tonales en correspondencia con la situación dramática que narra la historia en tiempo y espacio definidos.
Sobre el lugar que ocupa el filme dentro de la cinematografía de los noventa, el crítico Juan Antonio García Borrero ha expresado que Reyna y Rey contribuye a determinar o enfatizar la tendencia más activa en la década para el cine cubano1 , aunque se limita a narrar una historia que no sobrepasa los límites impuestos por una pararrealidad que no alcanza a convertirse en propuesta inteligente, pues la linealidad cinematográfica enfocada por el argumento se basa en fórmulas tradicionales, lo cual se revela a través de la sujeción a códigos y normas que inscriben el filme como deudor de la herencia estética y cultural que caracteriza al cine cubano. A tono con las particularidades que asume la cinematografía del período, Orlando Rojas refiere: “Es la nada: crear sobre una falsa poética. Excepto tres o cuatro buenas películas, no existe ni suficiente realidad ni suficiente poesía. Es un cine que creo no va a ninguna parte pues no crea una realidad nueva a través del arte ni es capaz de poetizar lo cotidiano aunque sea desde el punto de vista íntimo”.
De manera general se aprecia que Reyna y Rey ocupa un lugar de relevancia dentro de la historia cinematográfica de los noventa, a pesar de sus imponderables es portadora de lo más preciado de nuestro haber: la necesidad de salvarnos como nación con el reconocimiento profundo de nuestros valores contenidos en la identidad y espiritualidad colectiva, de manera que su guionista y realizador Julio García Espinosa ha tratado la soledad de una anciana como asunto que se convierte en correlato para representar el panorama superestructural de la sociedad cubana en el primer lustro de los noventa, dando fe de que no es posible el desenlace, porque el dolor es también un signo de madurez a pesar del lloro y la nostalgia.
BIBLIOGRAFÍA:
-Caballero, Rufo: Aquí el problema es no morirse, C. de La Habana, Editorial Pinos Nuevos.
-Apreciación cinematográfica (Manual de estudio), C. de La Habana, Ministerio de Educación: Tomos I y II.
-García Espinosa, Julio: “El cine cubano o los caminos de la modernidad” en Temas, C. de La Habana, No. 27, octubre-diciembre de 2001: pp. 28 - 36.
-García Borrero, Juan Antonio: “La utopía confiscada. De la gravedad del sueño a la ligereza del realismo”. Ibid: pp. 17-27.