De las 551 páginas de El pasado, la novela con la que Alan Pauls terminó de consagrarse como uno de los nombres más altos de la literatura argentina contemporánea, ¿qué es lo que pervive en la versión cinematográfica dirigida y coescrita por el marplatense Héctor Babenco? En principio, el nudo argumental: un hombre intenta ahogar, tanto en el trabajo como en el fantasma de otras mujeres, el recuerdo de una amada que parecería más fuerte que él e indefectiblemente volverá. ¿Qué es lo que ya no está? Unas cuantas cosas. Desde subtramas eliminadas y episodios compactados, hasta la prosa perlada y el estilo obsesional del autor, hecho de acompasadas frases largas y descripciones rebosantes de detalles. Tampoco ha pasado, de la novela al cine, la presencia de la fuerte voz narradora, que en la novela se expresa en una rotunda primera persona. Fuente que en la película, tal vez por imposición del propio medio cinematográfico, no resulta tan fácil de precisar. No es una cuestión menor: del hecho de que la historia esté narrada o no desde el más profundo yo del protagonista dependen el sentido entero de El pasado, su tono y su carácter. Incluyendo la cuestión, nada intrascendente por cierto, de si se trata de una fantasía misógina. O por el contrario, de un cuento perversamente moral, en el que el deseo oculto del protagonista resultará castigado de la más paradójica de las maneras: siéndole concedido.
Tal vez la mayor pérdida de esta versión –escrita por Babenco, con ayuda de la debutante Marta Goes y participación posterior de Federico León y Mariana Chaud– resida en no haber mantenido el tono quirúrgico, irónico y farsesco que impone Pauls a la hora de relacionarse con su personaje.
Relación que a la película da la impresión de que le cuesta decidirse a tomar. Esa dificultad puede llevar a que parezca fuera de tono el último tercio de película, cuando el relato, mantenido hasta ese momento dentro de los límites del naturalismo objetivista, se echa en manos del absurdo más corrosivo, con el héroe “chupado” por una fanática secta femenina. Atrás han quedado las mil transfiguraciones de Rímini, todas ellas de opereta: el traductor e intérprete, el drogón, el amnésico, el galán de las mujeres, el desperdicio humano y su aparente resurrección definitiva, el personal trainer sano y deportivo.
Arrancando de modo bien distinto a la novela, el film número nueve de Babenco se abre en el momento en que, en medio de una fiesta convocada para celebrarlos, Rímini (un Gael García Bernal adecuadamente perplejo) y Sofía (Analía Couceyro, tal vez menos febril de lo indicado) comunican que se están separando. Baldazo de agua fría, desconcierto, preámbulo de la oleada de contracorrientes que atravesarán la trama de allí en más.
Que en la escena siguiente y como parte de un ritual de separación aparentemente civilizadísimo Sofía marque en la sección Clasificados los departamentos para su mudanza (en azul) y los adecuados para él (en rojo) parece un aviso de que difícilmente algún día este muchacho, tan agradable como entregado, logre librarse del apretón de pulpo de quien desde la más tierna infancia ha sido su pareja estable. No por nada colgará un afiche de Drácula en una pared en su departamento.
Para olvidar a Sofía, Rímini subtitula películas de vikingos, consume kilos de polvo blanco, conoce a Vera, modelo tan sexy como delirantemente celosa (Moro Anghileri, que a cada película cobra una presencia mayor) y más tarde a una traductora llamada Carmen (bastante diluida, Ana Celentano). Cuando su vida parece definitivamente asentada, Sofía hace su reaparición a toda orquesta, en medio de lo que parecería un brote psicótico hecho y derecho. A la cabeza del grupo de Mujeres que Aman Demasiado (grupo conocido también como Adela H), Sofía conducirá a Rímini hasta el último acto de su desconcierto.
Aun ofreciendo el hándicap de esa falsa tercera persona que parecería narrar toda la primera parte, ostentando los mismos flancos débiles del texto original (el desfile indiscriminado de partenaires femeninas, la infatuación no del todo justificada por alguna de ellas, el recurso del accidente para sacarse de encima algún personaje molesto), la versión Babenco de El pasado se encamina resueltamente hacia su crescendo alucinatorio. Justa correspondencia con su tema de fondo, que bordea el fantástico. Ese tema, que curiosamente parecería perseguir a Babenco, es el de la mujer araña, planteado aquí no como simple relación de dos, sino como cadena sin fin. Así lo hace pensar el hecho de que la araña Sofía es a la vez presa de cierta mentora y gurú, madre adoptiva y extorsionadora emocional, personaje bastante menos secundario de lo que su lugar en la trama podría hacer pensar.