“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Machuca: Lección de historia
    Editorial: Daniel Villalobos

    Al igual que Los tres mosqueteros (un libro que en verdad habla sobre las hazañas del cuarto), Machuca no es un filme sobre Pedro Machuca, sino sobre Gonzalo Infante. Es su mirada la que abre y cierra la historia y -se intuye- es lo que aprende y la inocencia que pierde lo que hace posible que la historia se cuente.

    En su nuevo filme, el director chileno Andrés Wood toma la opción más riesgosa de todas: exponer algunas de las heridas básicas del alma local sin dejarse llevar por las tentaciones del simplismo, el paternalismo o la histeria revolucionaria. Mucho dolor y amargura circulan por esta narración ambientada en el Santiago de 1973, pero no es una solución lo que termina proponiendo, sino más bien un estado de ánimo.

    La historia es muy simple: a un colegio del barrio alto administrado por los curas llega un puñado de niños de las poblaciones, como parte de un plan piloto destinado a estrechar el abismo entre ambos sectores sociales. Gracias a este accidente o situación anómala es que Gonzalo Infante (Matías Quer) tiene la oportunidad de hacer amistad con Pedro Machuca (Ariel Mateluna) y conocer de primera mano algunos aspectos de la efervescencia callejera pre-golpe de Estado. Las correrías del dúo por Santiago son narradas en forma paralela a la infidelidad de la madre de Gonzalo, quien en forma apenas solapada tiene un romance con un hombre mayor que ella (el argentino Federico Luppi, en un breve rol).

    Al igual que Los tres mosqueteros (un libro que en verdad habla sobre las hazañas del cuarto), Machuca no es un filme sobre Pedro Machuca, sino sobre Gonzalo Infante. Es su mirada la que abre y cierra la historia y -se intuye- es lo que aprende y la inocencia que pierde lo que hace posible que la historia se cuente. Algunos dirán que la cinta está narrada desde la óptica menos cercana al meollo del problema social, que su perspectiva está apaciguada por pertenecer Gonzalo a lo que cruelmente podríamos llamar el bando ganador, aquellos que sacaron la mejor tajada de la reorganización social impuesta por la dictadura. No estoy de acuerdo: hay filo y segundas lecturas en cada una de las escenas que ponen a Gonzalo en contacto con las diferencias sociales -como la posibilidad de darle impunemente una paliza a Machuca en la cancha de fútbol- y cada vez que la cinta amenaza con volverse un panegírico del heroísmo de la clase baja, Wood y sus guionistas equilibran el bote y vuelven a demostrar que lo suyo no apunta al lavado de culpas sociales, sino al registro de traumas individuales.

    Y en ese aspecto Wood ha alcanzado una maestría difícil de encontrar en otros cineastas nacionales de su generación: cuando Gonzalo atisba por la ventana una razzia de perros, cuando los niños se tienden, asustados y agotados, en la plataforma de un camión destartalado luego de una protesta o cuando, en una visión sobrecogedora, una pareja de Hawker Hunter vuelve a cruzar el cielo santiaguino rumbo a La Moneda, el director tiene el buen tino de no subrayar el sentido de sus imágenes ni de caer en la tentación de incluir material que no esté justificado por la historia que narra. Suena obvio dicho de esa manera, pero bastantes años ha demorado el cine nacional en sacudirse ese onirismo de pacotilla y ese abuso del tiempo muerto que lo caracterizaba a principios de los noventa como para que uno deje de notar lo ligero y fluido que resulta este filme en comparación.

    Uno de los grandes aciertos de Machuca es haber contado el período conflictivo y maldito de la Unidad Popular desde la óptica de los niños, quienes imitan o analizan el comportamiento de los adultos desde la burbuja de lo que no se termina de entender, de lo que se atisba, del misterio. Otro gran acierto fue evitar el tono apostólico y seudo-pacifista de quien propone soluciones a treinta años de distancia: no es reconciliación entre los bandos lo que inspira Machuca -y el mundo de esta cinta es uno de bandos y pandillas- porque para que haya reconciliación debe existir perdón y reconocimiento de los errores y, como Wood bien sabe, nada de eso ha terminado de ocurrir en el Chile actual. Machuca puede ser una lección en términos de reconstruir una época y evocar una atmósfera ya perdida, pero su importancia básica radica en cómo termina hablando del hoy y del ahora y de cómo las reivindicaciones y opciones morales de las que habla el padre McEnroe (Ernesto Malbrán) siguen sin ser satisfechas.

    Wood ya era un cineasta de fuste en su primer corto importante, Reunión de familia (1994), que también daba especial énfasis a la brecha que las verdades no dichas abren entre padres e hijos, entre adultos y niños. No soy un gran admirador de Historias de fútbol (1997) ni de El desquite (2000), pero sí habría que reconocer a La fiebre del loco (2001) como una de las grandes películas nacionales y un antecedente clave para Machuca: al igual que en este último filme, La fiebre del loco cuenta una amistad quebrada por la traición y el colapso final de un personaje que termina tan solo y desconectado de su entorno como el niño Gonzalo Infante. Al final de Machuca suenan los acordes instantáneamente reconocibles de "Mira, niñita", de Los Jaivas y uno siente no solo el eco de la extensa carga histórica de la canción (un imperdible en las clases de música del colegio hasta el día de hoy), sino también su innegable pertenencia a la conciencia colectiva y la autoridad con que su melodía nos reitera el mensaje del filme: el pasado -ese pasado cruel, sangriento y épico- se mantiene vivo y todavía sin domesticar.

    Una de las imágenes más sugerentes y perturbadoras que recuerde sobre la dictadura aparece al final de Historia secreta del gobierno militar, el libro que Ascanio Cavallo, Oscar Valenzuela y Manuel Salazar publicaron por entregas en el difunto diario La Época. Luego de narrar los eventos del 5 de octubre, el día del plebiscito, los autores cierran el texto haciendo breve mención a la mañana siguiente: "Aquella madrugada el sol volvió a despuntar velozmente. Sorprendió esta vez a centenares de personas que a lo largo de toda la Alameda parecían vagar sin noción del tiempo, enronquecidas, exhaustas, extraviadas". Es ese pasmo y ausencia de rumbo el mismo que Wood evoca perfectamente en la última escena de su película, cuando un Gonzalo silencioso y distante visita la población arrasada de Machuca. A la larga, parece decirnos, el único punto en el cual ricos y pobres pueden sentirse unidos en este país es en ese momento cruel e inevitable en que todos reconocen el desamparo en el cual viven. En un Chile consagrado a la obtención de capital y al sistemático olvido de las tragedias que le hicieron posible, Machuca es algo más que un testimonio de lo que fuimos: es, al final y más importante, una fotografía de lo que seguimos siendo.


    (Fuente: Civil cinema)



    Más información en: www.civilcinema.cl


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