“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • El viaje hacia el mar respira autenticidad
    Por Enrique Buchichio

    Es muy sencillo entender por qué, cuando leyó el cuento breve de Juan José Morosoli, Guillermo Casanova quiso convertirlo en película. En ese relato que pudo haber quedado inconcluso (fue publicado tras la muerte del autor) hay un pequeño universo muy criollo basado en la descripción de un puñado de personajes que, a lo largo de unas pocas páginas, resulta increíblemente entrañable. La literatura uruguaya tiene de esas sorpresas...

    El primer acierto de Casanova fue crear una anécdota que sostuviera en términos narrativos los casi 80 minutos que dura la película (poca cosa para el promedio de duración del cine actual, pero mucha en comparación con las dimensiones del cuento). La película respeta su original desde el vamos: la historia es un viaje, y es el viaje lo que importa, no tanto el destino. Y al igual que en el texto de Morosoli, su fuerte son los personajes: reconocibles, queribles, distinguibles, todo un muestrario de una idiosincrasia uruguaya que, de algún modo, sigue vigente. El tipo misterioso, taciturno; el jefe mandón, pero piola; el ingenuo casi infantil; el borracho pesimista; el calentón; el viejo pícaro...

    El segundo acierto fue llamar a Juceca para que lo ayudara en los diálogos; si alguien sabe de gente de campo hablando, ese alguien es Don Verídico. Y el resultado de esta colaboración (que se extendió hasta la incorporación de Juceca al elenco en el papel de, ¿quién va a ser?, el viejo pícaro) es la frescura, la sencillez, la conversación trivial sobre pequeñas cosas. En algún momento se dispara alguna frase que desentona (“todos cargamos con alguna muerte”), que introduce cierto dejo de trascendencia que la historia en sí no busca. Pero por regla general el diálogo es preciso, divertido y sorprendente (“¿Por qué, hay más de una?”). Si algo va ligeramente en contra de este acierto es la poca convicción de algunas actuaciones (Delgrossi, algunos momentos de Calcagno), pero es una sensación menor al lado del disfrute.

    Por suerte hay varios: El viaje hacia el mar es una película que respira, y no lo digo solo porque su acción se desarrolla casi enteramente a cielo abierto. Respira autenticidad, modestia, honestidad. Respira uruguayismos, sea lo que eso sea; junto a 25 Watts, debe ser la película que mejor nos ha representado hasta ahora en esa demorada empresa de representarnos en la pantalla grande. Es uruguaya incluso en el perfil bajo: no pasa nada, no hay revelaciones, grandes reacciones, no hay mayor conflicto que la falta de agua, los celos del Vasco, o la calentura pasajera de Rodríguez. Y quizás allí reside la mayor crítica que yo le haría (y que puede revertirse en su mayor elogio, a decir verdad): uno se queda con ganas de más, de más conflicto, de más reacciones, de más convivencia entre esos paisanos sacados de contexto.

    Pero como alguien dijo sabiamente alguna vez, es preferible quedarse con ganas de más, a tener la sensación de que ha sido demasiado. ¿La verdad? Se siente un raro placer al verla, que supongo tiene que ver con eso de reconocernos, en parte. Pero sobre todo con que es muy placentero el viaje; es placentero verlo y es placentero oírlo, y aquí destaco el trabajo de todos los rubros, desde la fotografía de Bárbara Álvarez hasta la preciosa música de Jaime Roos. Y el cariño de la gente que la hizo, que se nota. Y la aparición del fantasma de la Onda, salido del túnel del tiempo. Y los radiotelegramas, y el sentido del humor. Y el misterio que guardan Rodríguez y el desconocido. Y César Troncoso, que está bárbaro (en serio).

    Y bueno, claro, no es perfecta. Pero uno, al final, la agradece. Es como cuando vas a un asado, que estuvo bueno, pero en el que hubo algún trozo medio quemado, o con mucha grasa, y siempre alguien va a salir protestando, como Quintana. Hasta alguien puede llegar a decir: “a mí me hubiera salido mejor”. Pero siempre, siempre, va a haber alguien que pegue el grito: “¡un aplauso para el asador!”.


    (Fuente: Cartelera.com)



    Más información en: www.cartelera.com.uy


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