“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • Mesiánico Daniel Burman
    Por FLV
    Formato: Boletín electrónico

    En el principio, esto es, en los comienzos de la Internet, cuando todavía chateábamos, nos cruzamos alguna vez con un norteamericano que era judío practicante. En el ciberespacio los temas de conversación tienden a ser limitados, el de la ocupación era entonces casi ineludible: este interlocutor evanescente nos confesó que se dedicaba al desarrollo de la realidad virtual. Conociendo su compromiso, no pudimos vencer la tentación de preguntarle, medio en broma, medio en serio, si su trabajo no le producía algún tipo de conflicto doctrinal, existencial. Comprobamos azorados que no entendía la pregunta: para nosotros fue la primera y quizás la única vez que pudimos atisbar un rastro mínimo de auténtica, simétrica perplejidad en una conversación virtual entre desconocidos. Una perplejidad similar, sin duda, han de haber experimentado los judíos antiguos ante la destrucción del Templo por los griegos, perplejos ellos también. Y habrá sido una perplejidad así la que habrá sentido quizás algún día Daniel Burman al saberse cineasta, al tener conciencia de ser un poco griego: a esta perplejidad fundamental, hay que decirlo, Esperando al Mesías no le hace justicia ni mucho menos, pero aquí nos enfrentamos, aunque más no sea, con un cine que sostiene (mínimamente) una pregunta sobre el valor de las imágenes, que construye hasta cierto punto (mínimamente) en función de ella, que despliega cada tanto algún esbozo de imaginación cinematográfica puesta a trabajar.

    Esperando al Mesías se abre con una debacle financiera global, que repercute en Buenos Aires con la caída de algunos bancos y la pérdida de muchos depósitos. El tratamiento inicial de la crisis es periodístico, televisivo, vemos imágenes de video de las plazas financieras mundiales, Tokio, Frankfurt, Nueva York, con recintos bursátiles y agentes gritando precios animadamente, seguidas de planos de inversores porteños esperando ante un banco cerrado la devolución de sus ahorros: este desarrollo inicial, junto con la referencia mesiánica del título, parece dar comienzo a una especie de ficción psicótica globalizada, pero este horizonte global, en un principio mostrado, como vemos, dará paso a una historia y personajes más cotidianos, con apuntes sociales aislados que solo pretenden ser sociológicos, y aun a veces, estetizados, a lo Subiela: son los momentos en que el filme toca fondo. La espera del Mesías se vuelve entonces una empresa personal, y esta empresa está ligada de algún modo, aunque diríamos que esto casi nunca se tematiza explícitamente, con el mundo de las imágenes. No es casual, y vaya como ejemplo, que veamos por primera vez al protagonista, Ariel Goldstein, mientras espera fuera del banco que le devuelvan los ahorros del padre; no es casual tampoco que en esa espera con las manos vacías una brocha vaya borrándolo con una mano de cal aplicada desde adentro sobre el vidrio que le impide entrar.

    En la primera parte del relato, entonces, vemos esbozarse sucesivamente dos filmes diferentes, que caen de maneras también diferentes bajo la sombra del título; en un primer momento, ambas líneas parecen convivir, creemos (equivocadamente) estar viendo una película auténticamente mesiánica, en el sentido de que el horizonte global o globalizado permitiría considerar aunque sea la posibilidad de irrupción de un algo impensable, una especie de campo para el despliegue de un mesianismo negativo; por otra parte, accedemos también a la espera del título en términos genéricos, la palabra como intrumento, en este caso referencia metonímica cristalizada que designaría al grupo social que supuestamente se reconoce en esa espera. Pronto salimos de nuestro engaño: ya tras la muerte de la madre, o poco después, de esta confluencia de mundos ya queda poco, mayormente bajo la forma de costumbrismo de colectividad, el trazo grueso, y alguna que otra broma más o menos lograda, como la del cuestionario para conseguir trabajo.

    Entre paréntesis, y para finalizar, la convivencia un poco monstruosa, nunca del todo lograda, de los dos mundos a que aludimos, mantiene de todos modos, en Esperando al Mesías, una existencia fantasmal, en un modo que podríamos asimilar al del residuo superestructural. No se nos escapa que la partición del relato en espacios disímiles, cada uno con una legalidad propia en lo que respecta a la producción y circulación de imágenes, y al papel de lo icónico, con personajes móviles que circulan en mayor o menor medida y variadamente por esos espacios, haciéndolos dialogar entre sí, representa, aunque sea de modo enormemente limitado, una mínima puesta en obra de algo que nos constituye y que comprende a la tradición judía, aunque vaya más allá de ella, siendo ella en todo caso uno de los lugares privilegiados desde donde esto puede ser pensado. Esta sola supervivencia —aun fantasmal, como decimos— preserva al filme de caer totalmente en la banalidad étnica de películas tales como East is East, pero, como casi siempre en nuestro cine, es la palabra lo que interfiere, la palabra innecesaria, invasora, trivial (incluso en planos mudos como el del televisor en el andén, está implícita esta palabra). El problema con Daniel Burman, presumimos, es que además de ser director, y de ser judío, es argentino, y tiene, como la mayoría de nosotros, ese temor tan enfermizo a no ser comprendido.


    (Fuente: Revista otrocampo)


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