Son dos mujeres reflexionando sobre sus países y pensando en lo que, a fin de cuentas, debe ser el cine de América Latina. La argentina Lucrecia Martel y la brasileña Lúcia Murat estuvieron juntas en el Festival de Río 2004, donde el filme de la segunda, Quase Dois Irmãos (Casi dos hermanos), ganó el premio Fipresci en la muestra latina. La niña santa, investiga el universo provinciano de la clase media. Narra un caso de abuso sexual. Un médico, dentista, se acerca a una muchacha, al principio con intención libidinosa. Reflexiona y retrocede. Ella lo persigue. La niña santa tiene algo de pecaminosa. A pesar de la aproximación, al comienzo los personajes no se tocan en el filme de Lucrecia Martel, y es por ahí que surge la crítica de la directora hacia la Argentina actual.
Existe un toque en Casi dos hermanos. Es el mejor filme de Lúcia Murat, directora de Que Bom Te Ver Viva, Doces poderes y Brava gente brasileña. En sus trabajos anteriores, Lúcia investigó sobre las mujeres presas y torturadas en Brasil, durante la dictadura militar. Fue el fondo de la discusión del periodismo de investigación en Brasilia, usando las relaciones personales para tratar las relaciones políticas; y fue a las fuentes de la propia construcción de la identidad nacional, en el Brasil colonial. Hay un poco de cada uno de estos filmes en Casi dos hermanos.
Lúcia escribió el guión en asociación con Paulo Lins, el autor de la novela Ciudade de Deus (Ciudad de Dios). En todo el mundo, el filme homónimo de Fernando Meirelles produjo un fuerte impacto y se convirtió en una obra de referencia sobre Brasil. En el país, dividió a la crítica por su violencia y muchos críticos reclamaron la ausencia de interacción entre asfalto y fabela. Para ellos, Ciudad de Dios no contextualiza la violencia de los excluidos y fija estereotipos. La interacción existe para quien la quiere ver. Lúcia y Paulo Linz hacen ahora, de cualquier manera, lo que mucha gente pedía: Casi dos hermanos se construyó enteramente en la difícil relación entre la clase media y la fabela.
El filme viaja en el tiempo acompañando dos personajes que estuvieron juntos en la prisión de Isla Grande, en los años de la dictadura, cuando los militares encarcelaban en el mismo espacio presos políticos y presos comunes. Intercambian información, se influyen mutuamente. Lúcia arriesga su interpretación. Fue allí, en la Isla Grande, bajo la dictadura, que el mundo del crimen asimiló los métodos de la guerrilla urbana, que el Comando Vermelho usa hoy para controlar el tráfico. Esa guerra interna es el flagelo que asombra al estado brasileño. Está en Ciudad de Dios, en Casi dos hermanos, en muchos filmes. Si usted quisiera encontrar defectos en el filme de Lúcia, lo va a lograr. Hay una fragmentación, tal vez excesiva, de guión y de edición que afecta ciertas partes de Casi dos hermanos. No disminuye la fuerza del filme, el cual tiene impacto para ser lo mejor del año, en Brasil. Y la música de Carlos Cachaça es genial, como la samba que dice que quien ve al cantor sonreír no sabe lo que lo consume por dentro. Lúcia estuvo presa en la Isla Grande. No teme criticar a la guerrilla —hay escenas que usted no creerá, de tan densas—, busca la reflexión sin renunciar a la emoción.
Casi dos hermanos pertenece a la estirpe de los grandes filmes brasileños desde cuando reinició la producción al comienzo de los años noventa, después de la desastrosa política cultural de tierra arrasada del presidente Fernando Collor de Mello.
Vino para quedarse, como Ciudad de Dios. Y como la obra de Lucrecia Martel, que representa hoy una de las verdientes más críticas y originales del cine argentino.