“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • El amor los tiempos del cólera, en medio de comentarios contradictorios
    Por Alberto Duque López

    En medio de versiones y comentarios contradictorios que han polarizado a la prensa nacional e internacional, se mueve El amor los tiempos del cólera. Los epítetos han alcanzado los niveles más agresivos e injustos, y lo cierto es que la película no es tan mediocre como algunos quieren hacerla ver, sino una historia rosa y romántica que hay que mirarla como lo que es, una telenovela de 50 millones de dólares que se le salió al director de las manos.

    Solo un productor arriesgado como Scott Steindorf, luego de una cacería implacable para obtener los derechos de El amor... podía lograr lo que muchos soñaban: una película sobre la que algunos consideran la mejor novela de Gabriel García Márquez. Presidente de la productora Stone Village, tiene películas que, aunque poco comerciales, lo convirtieron en ave rara en Hollywood. Por ejemplo, La mancha humana, sobre la novela de Philip Roth, con Anthony Hopkins y Nicole Kidman, o Turistas, filmada en la selva brasilera, con escenas escalofriantes, o The Risk Pool, de Lawrence Kasdan, sobre la novela de Richard Russo o, la más escandalosa, El anatomista, sobre el libro de Federico Andahazi, dirigida por la argentina Gabriela Tagliavini. Cuando le citan algunos comentarios desfavorables sobre El amor..., dice: “Solo me importan las reacciones de la audiencia”.

    La sensación que dejan los escenarios de Cartagena de Indias utilizados en El amor... es que, no solo la labor del director de segunda unidad, el colombiano Felipe Aljure, fue espléndida (hizo las tomas aéreas; escogió plazas, calles, parques y mansiones; contrató al personal colombiano y se convirtió en la sombra del director Mike Newell), sino que pocas veces la ciudad aparece tan espléndida, llena de luz, colores, olores, sonidos y toda clase de sensaciones como en  esta superproducción que costó 50 millones de dólares; utilizó 5 000 extras nativos; contrató 500 cartageneros (modistos, conductores, guardaespaldas, peinadores, maquilladores, cocineros, carpinteros, etc.); 26 enormes camiones que transportaron toda la utilería, los cables, las cámaras, los baños portátiles, los camerinos de los actores, los reflectores, los muebles, etc.; llenó de arena las calles y cambió la apariencia de lugares legendarios como el Palacio de la Inquisición, la escuela de Bellas Artes, la casa del Marqués de Valdehoyos, el parque Bolívar, la plaza de la Aduana, el colegio Salesiano, La Boquilla, la Gobernación, hasta alcanzar más de 70  locaciones, mientras los moradores de las orillas del río Magdalena, en las poblaciones vecinas, quedaban impactados con las moles de dos barcos de vapor traídos desde el Mississippi para que los dos amantes pudieran consumar su primer encuentro sexual, y 200 extras se declaraban en huelga reclamando, según ellos, un mejor trato.

    Javier Bardem: Florentino Ariza
    El actor Javier Bardem construyó su personaje de Florentino Ariza con base en sus recuerdos de la primera lectura de la novela cuando tenía 14 años de edad. Ese impacto le dura 24 años después, cuando no solo es uno de los actores más populares del mundo, sino que tiene otra película importante en cartelera, No country for old men, en la que hace de Anton Chigurh, un psicópata que comete numerosos crímenes en Texas durante los años 70. Bardem se divierte cuando la prensa hace notar el contraste entre la timidez de Florentino Ariza y el salvajismo de Chigurh, nominado al Globo, sobre todo cuado prepara un personaje arriesgado, el de Pablo Escobar. Ah, falta el estreno de su película Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen.

    Giovanna Mezzogiorno: Fermina Daza
    Giovanna Mezzogiorno (Roma, noviembre 9 de 1974), se ríe, agita su espléndida cabellera, hace un gesto con sus manos largas, alza y desciende sus espléndidos senos que tienen enloquecidos a los italianos y calla unos momentos cuando un periodista de Los Ángeles, luego de la presentación de El amor en los tiempos del cólera con el patrocinio del American Film Institute, sostiene que ella para el  cine de su país representa lo mismo que Sophia Loren, Gina Lollobrígida y Silvana Mangano en otra época. Entonces mira al reportero y le susurra: "No entiendo el comentario".

    Mezzogiorno, hija de dos actores muy conocidos en Europa, Vittorio Mezzogiorno y Cecilia Sacchi, es actualmente la estrella más popular en su país y una de las principales de un cine europeo que la contempla en dramas que reflejan muy bien sus estudios de interpretación de la mano del talentoso y tiránico director Peter Brook (el mismo que revolucionó el teatro y el cine con su Marat Sade), quien la moldeó y luego lanzó en su primer papel arriesgado, Ofelia en Hamlet. A partir de los 23 años se convirtió en protagonista de películas claves como El viaje de la esposa de Sergio Rubini; Del perdido amor de Michele Plácido; Asini y Un uomo perbene de Claudio Bisio; sorprendió a todos con su personaje de El último beso, y alcanzó la mayor consagración internacional, además de numerosos premios europeos con dos películas clave, La ventana de enfrente de Ferzan Ozpetek y La bestia en el corazón de Cristia Comencini. A estos triunfos y otras películas hay que agregar dos series de televisión aplaudidas, Los Miserables, con Gerard Depardieu, y Daddy, con Klaus María Brandauer.

    La película frente al libro
    Ahora los lectores de García Márquez y los espectadores saben que la espera ha finalizado, y comprueban que las primeras imágenes de la película (el libro comienza con el descubrimiento del cadáver de un suicida en medio de los vapores del cianuro de oro), mezclan lo trágico, lo ridículo, lo inesperado, lo prohibido, lo erótico, lo tropical, lo desmesurado, lo imprevisible y hasta lo mágico, mientras suceden en dos escenarios distantes.

    En el uno, el patio descomunal de la casa donde viven los esposos Juvenal Urbino y Fermina, lleno de árboles, ruidos de pájaros, sirvientas alborotadas, restos de un diluvio demencial y un loro viejo que resiste todos los intentos por atraparlo, un anciano decide cometer otra locura más en su larga vida de médico, especializado en París en enfermedades tropicales y convertido en la eminencia en el flagelo más temido a comienzos del siglo XX, el cólera: trepado en lo alto de una escalera de bomberos, vacilante, intenta cazar al loro que habla en varios idiomas, cuando comprende que está jugando con la buena suerte que siempre lo ha acompañado y descubre que está a punto de matarse, sin confesión ni despedida de la esposa.

    El otro escenario es una habitación donde una joven desnuda y hermosa, como todos los fines de semana, complace sexualmente al acudiente septuagenario que durante varios meses la ha envilecido y pervertido, convirtiéndola en su juguete favorito que lo haga olvidar un amor que ha alimentado durante más de medio siglo. El anciano es Florentino y la niña que a veces usa pañales para satisfacer los desvaríos eróticos del amante, América Vicuña (Marcela Mar) que se mece en la hamaca, ajena a las campanas que, una a una, comienzan a despertar la ciudad adormecida esa tarde del domingo de Pentecostés.

    El médico se estrella contra el suelo. La ciudad lo lamenta. Las campanas lanzan la mala nueva por todos los aires, húmedos todavía de la tormenta que acabó con una fiesta muy elegante y hacen que Florentino, en la penumbra de la habitación armada en su empresa para sus combates sexuales, comente sorprendido: "Carajo, tiene que ser un tiburón muy grande para que lo doblen en la catedral".

    Cuando sale a la calle se entera de que el muerto es el hombre por quien Florentino ha padecido durante todos estos años, amargos, solitarios, llenos de amores furtivos y caricias vergonzantes, al casarse con la mujer de su vida, de sus sueños.

    Algunos sostienen que El amor en los tiempos del cólera, publicada en 1985, es su mejor novela, superior inclusive a Cien años de soledad, lo cual puede sonar exagerado. Lo cierto es que, según Gabriel García Márquez, es la historia que más nostalgias, satisfacciones, encuentros, desencuentros, sueños y desvelos le ha producido, antes y después de escribirla.

    Cada espectador español tiene ahora la oportunidad de comprobar si El  amor... es tan mala como dicen o, por el contrario, una aproximación frustrada a una historia estupenda con una excelente fotografía, algunas actuaciones decorosas, una reconstrucción genial de esa Cartagena convulsionada por la peste, y un tono de telenovela que no es digerible en todas partes. Afortunadamente, queda el recurso del libro para compartirlo una y otra vez.


    (Fuente: Noticine.com)


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