Dólares de arena, vicios y virtudes del cine latinoamericano
Por Ezequiel Boetti
Hay dos películas en Dólares de arena. La primera es menos eficaz y más cercana al canon festivalero sobre lo que es –o debería ser– Latinoamérica para los europeos: un terreno selvático, con prostitución y hombres y mujeres siempre dispuestos a sacar cualquier atisbo de ventaja.
Allí está Naolí, por ejemplo, una joven dominicana que junto a su novio intentan ganar unos billetes a costa de servicios varios. Entre ellos, el de prestar su cuerpo de tez trigueña a los turistas que invaden la costa isleña.
La segunda película, en cambio, tiene un grado de intimidad notable, en gran parte gracias al trabajo de Geraldine Chaplin en la piel de Anne, una francesa sin demasiado qué hacer en su tierra natal y enamorada de Naolí.
Coproducción entre Argentina, México y República Dominicana, Dólares de arena levanta vuelo cuando sus directores, Laura Guzmán e Israel Cárdenas, ponen la cámara al servicio del cuerpo de Chaplin con una naturalidad arrolladora. Ver si no aquella escena de cama en la que las piernas de las mujeres se enredan y remarcan el contraste generacional, racial y sobre todo social y cultural insalvable.
Por su parte, los diálogos de Anne con otros turistas devenidos amigos develan un grado de fragilidad y soledad construido por la actriz con sutileza, de forma casi imperceptible.
Así, oscilando entre la rutina desolada de una y la búsqueda de algo parecido a una entelequia de la otra, Dólares de arena terminará encarando varios de los peores defectos del cine regional, pero también algunas de sus máximas virtudes.
(Fuente: Otroscines.com)