“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Matías Bize en Cuba
    Por Rubén Padrón Astorga

    La mañana del último 29 de febrero de la década comenzó para el Centro Cultural Cinematográfico del ICAIC con una visita honorable. Le esperaban al visitante el embajador de Chile en Cuba, el presidente y la directora de la Muestra de Nuevos Realizadores y algunos periodistas. El visitante vino a Cuba hace algunos años a traer su película En la cama, una cinta intimista que ganó el Tercer Premio Coral en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Antes de recibir el premio se le había dedicado una conferencia de prensa. Todavía lo recuerdo, sentado en el Hotel Nacional, en espera de los periodistas que nunca aparecieron.

    Matías Bize llega a Cuba invitado por la Muestra de Nuevos Realizadores, un pequeño festival que va tomando dimensiones gigantescas, pues pone a competir la producción de realizadores jóvenes, una de las mayores que se hace en Cuba hoy. Viene a exhibir sus tres largometrajes, que lo han convertido en una de las grandes promesas del cine chileno y en el más prolífico director joven de su país.

    Antes de comenzar la conferencia de prensa, el embajador conversa con él. Matías se ve un poco asustado, pero le sostiene la mirada a su interlocutor, un anciano sonriente que le trata como a un igual. Como casi todos los jóvenes cuando se ven rodeados de gente mayor, Matías oscurece su semblante con una expresión seria.

    Pero a pesar de su juventud parece muy seguro de lo que quiere. Le interesa tratar el amor en sus películas. Desde distintos ángulos, sus tres largometrajes se han acercado a este tema, siempre desde una perspectiva intimista, que se revela en las relaciones casi confidenciales que establecen sus protagonistas. En la cama, su segundo largometraje, fue bastante mal interpretado, pues durante casi dos horas un hombre y una mujer pasan una noche juntos. Pero no es una película sobre sexo. El sexo es solo un accidente agradabilísimo que sirve para iniciar las confesiones entre dos personas. Son desconocidos y nunca más se verán. Tanto mejor. La verdad solo se le puede decir a alguien en quien se tiene absoluta confianza o a alguien absolutamente desconocido.

    A Matías también le interesa hacer películas. Cuando era estudiante quería filmar un largometraje, pero nadie le da dinero para filmar a quien no ha filmado antes. Le urgía hacer una película, pero para poder hacerla, debía presentar un largometraje en su currículo ante los patrocinadores. El cine está lleno de paradojas. La primera paradoja es que, en tanto arte, se cotiza como objeto comercial. Es creación, pero carísima. Es, de todas las artes, la más cara de hacer y la más barata de comprar. Nace de la intimidad de un creador, pero se forma en la reunión de un populoso equipo de realización. Se hace para que sea vista y comprendida por un individuo en su intimidad, pero es un fracaso si no es vista por miles de individuos, aunque no la comprendan. Los gastos de una película solo se recuperan cuando es vista y comprada por muchos, pero hay un cine, el que le interesa a Bize, que desgraciadamente esta hecho para ser visto por pocos. En el cine, o el cineasta tiene ya una fama que venda sus películas; o dinero que le sostenga los gastos; o hace películas que se compren para pasar la tarde. Pero Matías comenzó sin fama, sin dinero y con deseos de hacer cine de autor.  No le quedó más remedio, para poder hacer cine, que filmar una película sin cortes y sin presupuesto. Salió Sábado, una película en tiempo real, mirada de reojo por la crítica, pero que ganó algunos premios y le abrió su currículo. Fue una osadía que pudo salir peor. Así es el cine.

    Por eso mismo Matías renunció desde el principio a contar historias que encarecieran sus películas. En sus cintas cuenta historias despojadas de relatos paralelos, explicativos y previos a la narración principal. Apenas le da tiempo a su equipo para que filme y le da facilidades ilimitadas de improvisación. Sin embargo, sus historias no son improvisadas. Son siempre intimistas y sostenidas por recios diálogos que escribe él mismo. Sus personajes tienen sobre todo oportunidad de hablar. Las charlas apenas cuestan y dan mucho. Una buena conversación no la supera la más arriesgada y costosa de las ambientaciones. Es aventurado decirlo, pero podría decirse que las mejores películas no son las mejor hechas si no las de los grandes diálogos. Otra paradoja.

    Su tercera cinta, Lo bueno de llorar, aunque sigue la línea intimista y personal de las otras dos, vendría a ser la antagonista de En la cama. Esta enfrenta a dos personajes en el inicio de una relación; Lo bueno de llorar lo hace desde una ruptura. Pero, sorprendentemente, lo diferente que Matías le ve a ambas películas es el tiempo en que se desarrollan. Una es más veloz que la otra, porque el inicio de un romance es ágil y atropellado; la ruptura, en cambio, es torpe y lenta. También las distingue por la actitud de sus protagonistas. El principio está lleno de ilusiones, de sueños, de verdades ingenuas o de verdades a media, que luego podrán o no convertirse en mentiras; el fin está lleno de mentiras que se descubren, de desencantos y de resentimientos. En ambas películas, los personajes solo conviven mientras dura el metraje. Luego se separarán para siempre.

    A Matías no le interesan los grandes temas. El fin y el principio de una relación amorosa son solo pequeñas partes de la vida, aun cuando sean las más importantes. El resto de la vida parece pasarle por delante sin que le inmute. Disfruta con filmar pequeños momentos de la vida, momentos clave que por cortos apenas se ven, pero que marcan el resto de la existencia. Son momentos en los que el pasado y el futuro se encuentran frenéticamente, para luego seguir cada uno por su lado, pero marcados por la revelación. Sus personajes están condenados después de cada película a quedar congelados por la revelación.

    Su mirada le hace lucir mayor. No alza la voz y no argumenta demasiado sus respuestas. Mira pensativo a su alrededor. Tal vez le hace un poco de rechazo a esta reunión sin intimidad, en la cual hay más de dos personas relacionándose entre sí. Es gracioso, porque entre el público no se siente la agitación de las conferencias de prensa. Matías parece haber contaminado el aire con una crisis de intimidad. Quién sabe, quizás ya ha elegido a dos de entre nosotros para su próxima película.



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