Tras ocho años de ausencia, el talentoso realizador de Solo por hoy y El otro sorprende con un ejercicio de estilo no exento de nostalgia, humor y sensibilidad que fue premiado en los festivales de Mar del Plata, La Habana, Punta del Este y Lima.
El director se inspiró en un hecho trágico de su historia familiar para construir un delicado, bello y sofisticado melodrama en blanco y negro ambientado a mediados de la década de 1960.
Erica Rivas (en otro de sus notables trabajos) interpreta a Luisa, la madre de dos niñas pequeñas que sufre la muerte de su hermano y de su marido en un accidente automovilístico. Con la ayuda de la abuela de las chicas (Susana Pampín) intenta como puede sostener la crianza, pero el dolor y el vacío la sepultan en un estado de absoluta angustia y depresión. Hasta que aparece Ernesto, un hombre caballeresco y decidido (un extraordinario Marcelo Subiotto que aporta algunos bienvenidos toques de humor) que se enamora de ella y está dispuesto a todo para convencerla de rehacer su vida con él. Pero, claro, ella todavía tiene las heridas demasiado abiertas, el dolor a flor de piel y las cosas no resultarán nada fáciles.
Rotter sorprende con un estilo que “dialoga” con el de los autores de la Generación del '60 (Kohon, Torre Nilsson, Kuhn, etc.) en una película muy sólida, cuidada y visualmente imponente, en la que se destacan desde la fotografía de Guillermo Nieto hasta el arte de Ailín Chen, pasando por el resto de los impecables rubros técnicos. Un trabajo exquisito en lo formal y que, si bien puede sonar algo demodé para el contexto actual del cine argentino, funciona muy bien en los términos en que estuvo planteado y concebido.