“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA


  • Sinfonía para Ana, de Virna Molina y Ernesto Ardito, las huellas de la dictadura

    Dueños de una reconocida trayectoria en el cine documental, los realizadores Virna Molina y Ernesto Ardito estrenaron el jueves 19 de octubre Sinfonía para Ana, su primer largometraje de ficción, un filme donde no pierden el pulso por el testimonio de época para contar la historia de un grupo de adolescentes en la primera mitad de la década del 70.

    "La película está basada en los recuerdos de Ana, entonces la diseñamos desde lo que llamamos la estética del recuerdo, que implica un montaje hipnótico, dinámico y conmovedor", sostuvo Ardito durante una entrevista con Télam. En el mismo sentido, su compañera Molina indicó que "teníamos la necesidad de que Sinfonía para Ana tuviera un lenguaje feroz que incluyera al público, haciéndolo partícipe desde el vértigo mismo de esos años. Por esto, hacer dialogar desde el montaje imágenes reales con ficción da un paso más hacia el hiperrealismo".

    En la película basada en la novela homónima de Gaby Meik, el rol protagónico recayó en la hija de ambos (Isadora Ardito) y centra su acción en el ámbito del Nacional de Buenos Aires, una institución educativa de élite con un fuerte activismo político. Esto hizo que 108 alumnos y ex alumnos del colegio permanezcan en condición de desaparecidos, siendo la escuela con más víctimas durante la última dictadura.

    Desde un lenguaje documentado y lejano de cualquier estereotipo, la película obtuvo el Premio de la Critica en el Festival de Moscú y los lauros a la mejor película extranjera y mejor fotografía en el Festival de Gramado. La dupla Ardito-Molina es autora de documentales como Raymundo (2003), Corazón de fábrica (2008) y series para televisión (entre ellas El futuro es nuestro, sobre los desaparecidos del Nacional de Buenos Aires), trabajos que merecieron 45 premios internacionales.

    —¿Cómo decidieron dar el paso del documental a la ficción?

    Molina: Nunca habíamos dado el paso a la ficción porque sentíamos que no llegaba la historia indicada. El momento llegó en 2012, cuando a nuestra hija Nika, que en ese momento estudiaba en tercer año del Buenos Aires, le dieron para leer Sinfonía para Ana en la clase de literatura y, por supuesto, la historia ingresó a nuestras vidas. La temática central de los documentales que realizamos es la generación de artistas y militantes de las décadas del 60 y 70, desde Alejandra Pizarnik hasta Raymundo Gleyzer. Pero siempre había un límite en el abordaje desde el documental, y es que podíamos viajar al pasado desde los archivos o desde testimonios de la actualidad. La ficción nos permite viajar en el tiempo y ser partícipes de momentos muy íntimos de los protagonistas, ingresando a sus vidas desde otro lugar.

     —La película aborda una época de grandes transformaciones pero evita una mirada idílica ¿Les costó encontrar ese tono que contradice los relatos lineales sobre aquel pasado reciente y todavía resonante?

    Ardito: No nos costó porque la novela propone ese punto de vista. Gaby Meik, desde una honestidad brutal y hermosa, narra los momentos más fuertes de su adolescencia. Nosotros acompañamos esta mirada que va en consonancia con nuestra obra documental anterior, centrada en este período. Generar una figura de bronce significa separarla de su carácter humano, natural, cotidiano y contradictorio. Traiciona la recuperación del sentir, pensar y actuar de un grupo humano con características propias. Por esto trabajamos el concepto del túnel del tiempo, de que el espectador pueda vivir el paso a paso de los protagonistas.

    —¿Cómo se inscribe Sinfonía para Ana en la profusa filmografía argentina sobre los 70?

    Molina: Sinfonía para Ana tiene una propuesta nueva, que es comprender o vivir los 70 desde la mirada de un grupo de adolescentes, en donde no domina el terrorismo de Estado como eje narrativo. No hay imágenes de tortura, sufrimiento o castigo. Ni siquiera se ve a los verdugos. Queríamos hacer principal hincapié en el período anterior al 76, cargado de un espíritu de transformación, rebeldía, música, amor, compañerismo y amistad. Pero a su vez, con todos los problemas que puede tener un ser humano en su relación con los otros y con la sociedad.

    — ¿Y de qué modo dialoga el filme con el presente?

    Ardito: Propone un viaje al pasado que nos hace reflexionar permanentemente sobre el presente que vivimos. No porque nosotros nos lo propusimos, sino porque la historia que narra el filme lo permite. Por un lado, habla de valores universales, que están presentes en todas las épocas, y por el otro, porque la juventud actual tiene muchos puntos en común con los jóvenes de los años 70 en su búsqueda de transformación de la sociedad hacia un mundo más justo.

    —¿Fue difícil decidir que su hija Isadora encarne a Ana?

    Molina: Isadora trabajó desde niña como actriz en obras del teatro under para adultos. Más adelante trabajó en las reconstrucciones de nuestros documentales y en el filme Moreno, haciendo de Guadalupe Cuenca. Luego de presenciar un casting de muchos chicos para varios personajes, Meik, la autora de la novela, nos dijo que veía en Isadora a la Ana que siempre imaginó. De esa manera pudimos dimensionar algo que sabíamos pero nos era muy difícil de ver, porque no podíamos separar la percepción de padres de la de directores.

     —¿Qué opinan de la resolución 942 del Incaa, que podría generar importantes recortes en la producción cinematográfica nacional?

    Molina: Una película como Sinfonía para Ana no podría haberse realizado bajo esta nueva resolución, porque tiene una estructura de producción muy especial, donde nosotros como directores y productores también fuimos los camarógrafos y montajistas. Esta nueva resolución sólo prioriza el financiamiento del fomento a las películas de formato más industrial, dejando afuera a las estructuras más modernas de producción, donde equipos pequeños pueden trabajar más intensamente la propuesta artística, con tiempos más prolongados que permiten rigurosidad técnica y estética con intimidad en el clima de rodaje.

    El fomento que otorga el Incaa debería respetar la diversidad productiva, porque ese es el camino para encontrar nuevos lenguajes, nuevas estructuras para avanzar en el crecimiento de nuestro cine y no estancarnos en fórmulas probadas que son las únicas que hoy admite el mercado.


    (Fuente: Lacapital.com.ar)


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