“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA


  • No me interesa otra cosa que hacer cine cubano
    Por Reina María Hernández

    En 2005, Juan Carlos Cremata Malberti se convirtió en el primer cineasta cubano que ganaba un premio del Festival de Cannes. El Grand Prix Ecran Junior, sin embargo, no sería el único que recibió su película Viva Cuba, ni el primero en el extenso palmarés del realizador. Estudiante aún de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), Cremata empezó a acumular reconocimientos internacionales con el documental Diana, en el Festival de Cine y Video de Bahía, Brasil.

    Oscuros rinocerontes enjaulados (muy a la moda), su tesis de graduación de la EICTV, le reportó el beneficio de la Beca John Simon Guggenheim, en Nueva York, y una ficha con su nombre en el archivo de copias de materiales audiovisuales del Museo de Arte Moderno (MOMA) de esa ciudad. Una década después se llevaba a casa el premio Coral de Ópera Prima del XXIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana por su filme Nada.

    Con Viva Cuba, su segunda película, el también guionista, actor y director de teatro consiguió una de las difusiones más masivas que ha tenido en la Isla una cinta local en los últimos años. Pocos meses después, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) lo escogió para que representara al país en los premios Oscar y Goya del 2006.

    En todas las entrevistas que concedió entonces, el director no perdió oportunidad de dejar claro que junto con su filme, que aborda el dilema de la emigración a través de los ojos de los niños, él también gritaba Viva Cuba.

    Dos años después, Cremata, volvió al set de filmación con el mismo espíritu que anima todos sus proyectos: hacer cine en Cuba para los cubanos. Para satisfacer lo que se ha convertido en misión, el realizador adaptó al cine la obra teatral El premio flaco, del dramaturgo cubano Héctor Quintero.

    Con varios guiones engavetados, entre ellos, según has confesado, el sueño de tu vida: la versión cinematográfica de la novela Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro, ¿por qué sales ahora con El premio flaco?

    El premio flaco es una obra con la que crecí. Durante mi adolescencia formé parte de un grupo de teatro que apadrinaba Teatro Estudio, bajo la dirección de Ana Viñas. Los de Teatro Estudio estaban ensayando la segunda puesta que hacía Héctor Quintero de El premio flaco. La primera había sido con Candita Quintana en el Teatro Martí, que nunca tuve la oportunidad de ver, y la segunda que fue con Elsa Gay, de Teatro Estudio, en el Hubert de Blanck.

    Muchas veces, cuando no teníamos clases, como Ana Viñas estaba trabajando en esa obra, las sesiones de trabajo se traducían en ir a los ensayos de El premio flaco a ver a nuestros profesores trabajar. Incluso después, en el movimiento de aficionados la monté como director. De ahí que me resulte muy cercana.

    Pero sobre todo, hay cuatro personas que para mí son inolvidables en la puesta en escena de esa pieza. Tal y como te mencioné: Elsa Gay, lamentablemente fallecida, y que fuera una Iluminada Pacheco singular e irrepetible; Ana Viñas, mi maestra querida, desgraciadamente ya tampoco entre nosotros, quien hizo una Juana (la viuda) inolvidable y que solo podrá sustituir esa grande de hoy día que es Isabel Santos; Paula Alí, quien encarnó magistralmente a Lola (la vecina) y de quien recuerdo cada parlamento, cada gesto y cada modo de decir, por lo que siempre he tratado de volver a trabajar con ella (tuve la suerte de dirigirla en Nada) y un actor que ya casi no se menciona, pero que fue muy importante para Teatro Estudio, el sin par Elio Mesa.

    En el recuerdo de esos cuatro grandes intérpretes me basé para retomar la idea de llevar la obra al cine. Espero que de algún modo estén presentes en mi película, pues aunque algunos ya no estén físicamente, sí estará el espíritu que los guió y que me hizo disfrutar y recordar su arte.

    ¿Quiénes intervinieron en la producción?

    Se filmó en digital. Por primera vez se filmó un proyecto en colaboración entre la Casa Productora de la Televisión Cubana y el ICAIC, junto con la casa productora canaria El Viaje, la guatemalteca Casa Comal, La Colmenita y por supuesto el grupo de creación El Ingenio, que es mi familia: yo, Inti Herrera, que fue el productor de Viva Cuba y que ahora no trabajó como productor de El premio flaco, pero con quien espero trabajar en otras ocasiones. El Ingenio es en realidad la manera en la que nos estamos ingeniando para poder hacer cine, teatro o arte en Cuba de una forma un tanto alternativa. También contamos con el apoyo de la EICTV.

    Es una obra que acontece en casi una sola locación, una barriada pobre, y por las condiciones de producción, para mí es un proyecto muy interesante. Es un proyecto de época, de finales de la década 1950; un proyecto actoral que demandó mucho trabajo, porque significó dirigir actores y hacerle perder a la obra la teatralidad que tiene en sí misma para acercarla un poco más a la naturalidad propia del cine.

    Después de hacer dos películas sobre la actualidad cubana (Nada y Viva Cuba), con El premio flaco te remontas unas décadas atrás. ¿Qué es más fácil hoy para un cineasta cubano, dirigir un filme, digamos histórico, o uno cuya trama sea contemporánea?

    Hacer una película más cercana epocalmente es siempre más interesante y novedoso, aunque se le ponen muchas más trabas a las tramas contemporáneas. Viva Cuba, que es un filme totalmente en favor de este país, recibió muchísimas en el camino, además de la traba enorme que sufrimos al hacerla por fuera de la industria cinematográfica.

    Las películas de época tienen un poco más de aceptación, si bien eso no quiere decir que el tema de la película no sea de tanta actualidad como puede serlo un tema contemporáneo. Creo que El premio flaco mantiene su vigencia en esa necesidad que tenemos de buscar una espiritualidad perdida, en el encuentro de ese algo más que no sea el apego a las cosas materiales y por ahí es por donde me interesa trabajarla.

    Para mí significó una apuesta asumir ahora una película de época por primera vez, estar al tanto de pequeños detalles que ni siquiera viví y de los cuales tengo solo referencias. Por un lado como te dije, es una película actoral difícil. Difícil también en el sentido de que la trama se desarrolla básicamente en una sola locación. De ahí que tiene que ser lo suficientemente interesante. Y por otro lado, me hace muy feliz acercarme al universo de Héctor Quintero de quien soy muy deudor y a quien admiro mucho. He estado muy influenciado por la obra de Quintero y es mi hora de intentar hacerla un poco más mía.

    ¿Crees poder evitar las referencias de los espectadores a la obra teatral?

    Sí, porque no es la obra de teatro de Héctor Quintero, es mi película: El premio flaco, una película de Juan Carlos Cremata Malberti, basada en la obra teatral de Héctor Quintero. Por eso intenté acercarla un poco más a mi generación que ya tiene edad para asumir esos roles.

    Y lo que busqué precisamente fue romper el molde teatral. Aquello fue un hecho teatral muy importante que marcó no solo Candita Quintana; creo que Elsa Gay fue la mejor intérprete, según Héctor, como lo fue Martha del Río que lo hizo muy bien en la televisión. Entonces no le temo en absoluto, porque no es una referencia teatral, es una referencia cinematográfica. Quizá la referencia obligada más cercana a El premio flaco es La Strada, de Fellini, y ahí, bueno, superar a Giulietta Masina, es imposible.

    Con El premio flaco tienes la posibilidad de aunar teatro y cine. ¿Seguirás en ese camino?

    De hecho tengo otras obras de teatro que quiero convertir en cine. Para mí el cine y el teatro están muy ligados. Quiero a través del cine rescatar muchas piezas de la dramaturgia nacional que desgraciadamente se quedaron solo en el hecho teatral, que fueron importantes en su época, pero que necesitamos preservar para todas las generaciones posteriores.

    Por ejemplo, ahí está también la obra de Abelardo Estorino, que se puede retomar, aunque alguna ya ha sido llevada al cine. Hemos hablado con Estorino para ver de qué manera una de sus obras puede ser llevada al cine de nuevo; el mismo Héctor Quintero u otras obras de la dramaturgia nacional contemporánea que se están quedando solo en las tablas, y que aun cuando tienen mucho público, no alcanzan todo el público que se obtiene con el cine.

    Por otro lado, el cine cubano ha dejado de hacer —el último caso que recuerdo es María Antonia o Plácido— algo que es muy frecuente en el cine contemporáneo y casi tan viejo como el cine: la adaptación de obras teatrales a este medio.

    Editaste Viva Cuba en tu casa y recurriste a la Casa Productora del ICRT.

    Sí y pienso editar el resto de mis películas en mi casa con esa fabulosa editora que es Angélica Salvador Alonso.

    Pero tu caso no es único entre los cineastas cubanos. ¿El hecho de que se hayan democratizado los medios para hacer audiovisuales y de que cada vez los realizadores opten más por trabajar independientemente del ICAIC, no deja afuera a la industria?

    Yo estoy en contra de la industria, pese a mi buena relación con el ICAIC. Pero déjame decirte que estar en contra de la industria, no es estar en contra del ICAIC. Estoy muy feliz y contento de haber vuelto en este momento al ICAIC, porque en el ICAIC se han filmado las mejores películas cubanas de todos los tiempos y con el ICAIC hice mi primera película. De lo que estoy en contra es de la manera industrial de producir las películas. Creo que cada día es mucho más posible hacer una película con menos gente y sin necesidad de tanto dinero. El mecanismo industrial de producción ha trabado muchos proyectos. Por otro lado, el desarrollo de la tecnología ha permitido esa democratización de los medios y esa posibilidad de que todo el mundo pueda hacer sus películas.

    No significa un problema político, es un problema de producción y al final resulta un problema estético también. Yo no hubiera podido filmar Viva Cuba con el ICAIC, porque no hubiera podido trabajar con 60 trabajadores detrás. Filmé Viva Cuba con 15 personas, con un estilo de producción que no está en consonancia con el estilo de producción del ICAIC y a eso es a lo que me niego.

    Incluso El premio flaco es una experiencia, porque asumió este estilo de producción semindependiente. No quiero mencionar la palabra independiente, sino la palabra alternativo, o sea, que es un estilo de producción alternativo con el apoyo del ICAIC y de la Casa Productora del ICRT.

    Como dices, no es el único caso. Incluso antes de Viva Cuba se dieron muchos casos. Pero Viva Cuba fue el más sonado, sobre todo internacionalmente, porque se convirtió en la primera película cubana que ganó un premio en Cannes, y figúrate, ahora el ICAIC lamenta no haber podido participar en su producción. Yo lo lamento también, aunque de cierta forma, te confieso, lo disfruto al mismo tiempo.

    Hiciste Nada en 2001 y Viva Cuba en 2005. Dos años después regresaste al set nuevamente. Me parece que estás filmando más a menudo que otros colegas. ¿A qué responde eso?

    A mí no me interesa otra cosa que hacer cine cubano, y creo que hacer cine cubano solo se puede hacer en Cuba. Lo otro es cine hecho por cubanos fuera de Cuba, pero cine cubano, pienso yo, solamente puede hacerse en Cuba. Viví mucho tiempo fuera de aquí, solo para darme cuenta de que quería regresar para insertarme en este medio y hablarle a este público y a este país que tiene características muy específicas y únicas.

    Valoro a muchos cineastas que están tratando de hacer cine fuera de Cuba: ahí está el caso de Joel Cano, que filmó en Cuba y terminó su postproducción en Francia, o Ernesto Fundora, en México. Hay casos en Miami, Nueva York, Venezuela, Panamá y otros en España. Incluso conozco cineastas no cubanos (no me gusta utilizar la palabra extranjeros, pues la considero horrible, una verdadera mala palabra) que han filmado películas muy cubanas en Cuba, como la italiana Anna Assenza con sus formidables cortos experimentales. También están Balseros, hecha por dos españoles, y el impresionante documental ¿Quién diablos es Juliette?, que nadie puede decir que es mexicano.

    Pero personalmente hasta ahora, no me ha interesado hacer cine fuera de Cuba. Todo ese tiempo que no viví aquí fue para darme cuenta de que esta es mi realidad, que quiero seguir haciendo cine en mi país. De hecho, todos mis proyectos son para hacer cine aquí.

    No estoy filmando con la frecuencia que quisiera. Si a mí me dejaran, filmaría todos esos proyectos que tengo engavetados. Todo el mundo sabe que Nada es la primera parte de una trilogía que completan Nadie y Nunca y que nunca hemos encontrado a nadie que nos financie la segunda y la tercera parte, a pesar de estar ya escritas. Candela fue un proyecto musical muy lindo que se hizo para el ICAIC y que, precisamente por la negativa del ICAIC nosotros decidimos hacer otra película y entonces salió Viva Cuba.

    Pero también está Hombres sin mujer, mi sueño dorado. Hay muchas otras películas. En estos momentos estoy tratando de escribir un largo de animación para niños que se llama Azul celeste, basado en la obra de Maurice Maeeterlinck, El pájaro azul. Y estoy tratando de desarrollar otro proyecto independiente, quiero decir alternativo, que es un largo de animación para adultos sobre la obra de Copi que ya llevé a escena: Las viejas putas.

    Además, siempre trato de llevar a la par mi carrera teatral para no aburrirme y seguir trabajando. Al mismo tiempo, este año empiezo de Director Titular de la Cátedra de Dirección de la EICTV de San Antonio de los Baños, de la cual soy hijo. Vi la luz por primera vez en la EICTV.

    Una vez te declaraste especialista en el cine cubano de las décadas de 1960 y 1970. ¿Cuán lejos o cerca ves al cine cubano actual de esa época que para muchos es el período dorado de la filmografía nacional?

    Yo no puedo responderte esa pregunta, porque no estudio el cine cubano actual. Estudié el cine cubano de los años 60, y más que especialista, soy admirador, devoto del cine cubano de esos años. Lo que sí te puedo decir es que no entiendo la política de creación del ICAIC en la actualidad. No entiendo cómo hay directores probados que de repente dejan de hacer películas por mucho tiempo. Y te pongo el caso de Enrique Pineda Barnet, el primero de los nuestros en ganar un Goya en este país, y ahora recién acabó, después de más de 10 años alejado de los sets, de filmar un largo también medio alternativo, medio independiente, aunque fue hecho con el ICAIC.

    Por otro lado se da la aparición de muchos proyectos híbridos que son como sandwiches españoles. Tampoco quiero juzgar al resto de mis compañeros que quieren hacer cine en condiciones muy difíciles. Sin embargo, creo que se está haciendo mucho cine interesante. Te hablo del caso, por ejemplo, de Pavel Giroud, un joven cineasta que desde que lo conozco, antes de que hiciera cine, sabía que tenía un gran talento y lo ha demostrado, y, mira, él ahora se adapta a las condiciones que le impone la industria.

    A pesar de que trato de ver todo lo que se hace actualmente, no puedo erigirme en alguien que pueda vaticinar hacia dónde va el cine cubano, o qué problemas tiene el cine cubano, porque probablemente tiene mis mismos problemas.

    Ahí está también Arturo Sotto, que filmó una película (La noche de los inocentes) en muy difíciles condiciones y con otro estilo de producción. Lo que sí creo es que el cine cubano, porque el cine cubano no es solamente la industria cubana, se está abriendo a otras experiencias. No le queda otra alternativa. Tiene que abrirse precisamente a esas nuevas formas que se están haciendo fuera y dentro de la industria.

    Ahí está una película como Mañana (de Alejandro Moya) que se hizo fuera de la industria y que resultó ser un fenómeno interesante desde el punto de vista sociológico. Y hay películas "industriales" que no llegan a ningún lado y que significan desgraciadamente un gasto enorme de energía y lamentablemente de talento y de recursos.

    Como esa política no la entiendo, no puedo decirte qué solución se le puede dar a eso, como no sea la de crear todo el tiempo, la de inventarse un mundo diferente todo el tiempo y un proyecto diferente todo el tiempo. Por eso es que yo ando en tantos proyectos. Por supuesto que me gustaría concentrarme en uno solo, y ser consecuente con un solo proyecto, pero no puedo, porque uno nunca sabe por dónde va a saltar la liebre y de repente puede que me salga un productor por España o me salga una manera alternativa de hacer una película con la Escuela Internacional de Cine, en Cuba, o un proyecto teatral.

    Nunca se sabe y uno tiene que estar preparado y abierto a todo eso, porque la tecnología ha crecido lo suficiente como para no permitirse enclaustrarse en los modelos viejos de producción que todavía sigue arrastrando el ICAIC.


    (Fuente: La Ventana)


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