Hay una diferencia importante entre el nuevo film de Alonso y su obra previa. Mientras La libertad (2001) y Los muertos (2004) partían de personajes preexistentes, el hachero Misael y el ex presidiario Argentino, habitantes del interior profundo que después Alonso hizo reencontrar en el laberinto urbano de Fantasma (2007), en Liverpool, en cambio, el protagonista no tiene una vida anterior, es puro producto de la ficción. Esta diferencia modifica de manera sustancial la relación del realizador con su nuevo sujeto: si antes el cine de Alonso se limitaba básicamente a observar el devenir de sus protagonistas –un observador privilegiado, por cierto, capaz de descubrir en un puñado de planos aquello que definía a Misael y Argentino en sus vidas–, en Liverpool se percibe la voluntad ya no sólo de observar sino también de narrar, de aventurarse más allá de lo real.
No es casual que Farrel (Juan Fernández) sea un marinero. Su condición carga de por sí al personaje de un aura viajera, de un pasado que el espectador podrá completar con su imaginación cinematográfica o literaria. En medio del océano, próximo a llegar a puerto –Ushuaia, que sugiere la última ciudad del mundo antes de caerse del mapa–, Farrel le pide al capitán del enorme barco mercante en el que atraviesa el mundo unos días de franco, para ir a visitar a su madre. Hace veinte años que partió de ese pueblo perdido en el interior de Tierra del Fuego y ni siquiera tiene la certeza de encontrarla con vida. El film entonces será el itinerario de esa búsqueda, en la que Farrel se encontrará con una sorpresa, que lo pondrá ante una disyuntiva con la que no pensaba enfrentarse.
Con Misael y Argentino, Farrel comparte la soledad, el laconismo, el alcohol. Pero a Farrel lo mueve una historia, que lo desplaza por una geografía completamente nueva para Alonso: un paisaje de un blanco cegador, una nieve que parece la página en blanco sobre la cual el personaje tiene la posibilidad de reescribir su vida. “Lo que me importa es tratar de ver si ese encuentro es capaz de cambiar la forma de ver el mundo de Farrel –afirmó Alonso aquí en Cannes–; quería indagar hasta qué punto el personaje se permite sentir algo nuevo y volver a mirar a alguien a los ojos.”