“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Rojo amanecer: una película imperdible
    Por Hernán Montecinos

    La película Rojo amanecer, de Jorge Fons, es un filme que mezcla lo documental con la ficción y que tiene como fondo el hecho cruento de la Matanza de Tlatelolco, un barrio de México, en donde fueron masacrados estudiantes que se encontraban convocados a un mitin de protesta, en el caliente año de 1968, de plena efervescencia juvenil en el mundo. Una película que solo conocía de oídas y que nunca pude ver, a pesar de ser una producción del año 1989. Bueno, el caso es que nada más verla y todas las expectativas alojadas en mi imaginario, respecto de la excelencia y calidad de este filme, quedaron largamente superadas.

    Consultados varios amigos, empedernidos cinéfilos al igual que yo, me encontré con la sorpresa de que la gran mayoría de ellos la desconocía. Ignoro si alguna vez esta película fue exhibida en Chile, y si lo fue, al parecer todo indica que pasó inadvertida, cuestión nada extraña con un público criollo demasiado acostumbrado a hacer cola a la entrada de los multicines para ver películas de violencia con ruidosos efectos especiales o melodramas hollywoodenses de dudosa calidad.

    El cine en toda su historia ha dejado reseña de lo que fue, por ejemplo, la Revolución rusa, gracias al genio de cineastas como Sergei M. Einsenstein con sus películas Octubre o El acorazado Potemkin, produciendo ese género en el que se alterna la recreación documental con la ficción, cuya lección han aprendido hasta cineastas inesperadamente liberales, como el actor Warren Beatty, que con su película Reds, nos dio en la década del 80, un ejemplo de lo que podían ser este tipo de películas sobre hechos históricos.

    En Chile conocemos intentos, en esta dirección, de Miguel Littin con Tierra prometida y las Actas de Marusia, y más recientemente de Marcelo Ferrari con Sub Terra. Por cierto, que la más nueva de estas, Machuca, de Andrés Wood, ha constituido el mejor acierto en el cine chileno sobre esta amalgama de géneros. También en España nos encontramos con aquella magnífica recreación del asesinato de Carrera Blanco, Operación Ogro, de Gillo Pontecorvo (1979). Podría nombrar otras más, pero como quiera que sea, estas constituyen solo excepciones, y existe una gran deuda de realizar este tipo de producciones en que hechos políticos y sociales que han marcado a fuego nuestras respectivas sociedades sean llevados al celuloide, amalgamados tras los géneros del cine documental con el de ficción.

    Curiosamente, pese a la conmoción que provocó la brutal matanza de Tlatelolco, en la sociedad mexicana de la época, este hecho se encuentra poco documentado en el celuloide y aun en los propios registros literarios. Constituye un hecho pionero sobre el tema, en los años 70, el documental El grito, dirigido por Leonardo López y realizado por los estudiantes de cine de la UNAM, el que se exhibió de manera semiclandestina en los estrechos círculos universitarios y clubes de cine alternativos y se convirtió en un objeto de culto. Cada 2 de octubre se proyectaba en estos lugares bajo una consigna que acabó siendo famosa: "No se olvida". A su vez, el trabajo periodístico de Elena Poniatowska en su libro La noche de Tlatelolco se convirtió en un punto de referencia común sobre el movimiento estudiantil. Sin embargo, a pesar de estas notables excepciones, durante un largo período no hubo un tratamiento abierto de los sucesos de 1968, con la capacidad de acceder a un público más amplio. La película Rojo amanecer, de Jorge Fons (1989), objeto de esta nota, vino a llenar este vacío.

    A saber, esta película nos trae a la memoria la matanza por disparos de entre 300 a 500 jóvenes estudiantes (según cifras oficiales), durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el 2 de octubre de 1968, en el barrio de Tlatelolco, en la ciudad de México. A decir verdad, nunca se ha podido establecer la cantidad exacta de muertos, pues desde esa fecha una especie de nebulosa ha distorsionado y encubierto toda la naturaleza y realidad de ese alevoso crimen. Hubo, por supuesto, algunos cineastas que intentaron analizar todo lo que ocurrió esa tarde del 2 de octubre, pero como siempre ocurre para este tipo de cine se toparon con la censura, autocensura y censura por omisión, que son los tres defectos que impiden la expresión total y libre en el cine.

    Debieron pasar 20 años para que el cine mexicano, con Rojo amanecer, se atreviera a poner en pantalla este cruento hecho que conmocionó a la sociedad mexicana de la época y cuyas heridas aún no se acaban de curar. El gran valor de esta película es ser la primera de la especie que se atrevió a tocar esta profunda herida. Aun con ello, falta mucho por decir acerca de ese año que cambió la historia del México moderno.

    Por más de 30 años, los diferentes gobiernos del PRI, ayudados por los medios de comunicación (¡y cuándo no!), mantuvieron la falsa tesis oficial de que habrían sido los estudiantes quienes iniciaron los tiroteos con francotiradores colocados en los edificios de la plaza. Esa versión fue rebatida por muchos de los protagonistas e investigadores, quienes poco a poco han ido poniendo al descubierto la veracidad de los hechos contados por testigos de la época, en cuanto a que fueron agentes provocadores infiltrados los que iniciaron el fuego indiscriminado contra una masa indefensa de estudiantes, todo ello avalado con irrebatibles antecedentes, incluidos con propias fotografías tomadas por agentes policiales de la época.

    Es en este cuadro que la película de Jorge Fons contribuye a que la lucha contra la impunidad, en un país hispano, puede tener grandes avances y pueda ser comprendida en toda su complejidad por la inmensa mayoría del pueblo mexicano, cuyo imaginario fue distorsionado miles de veces por las siempre mentirosas noticias oficiales. De paso, esta película ayuda también no solo a saldar la deuda pendiente con las víctimas y juzgar a los responsables de los crímenes de Estado, sino a destapar las tramas de la sangrienta represión que, no por casualidad en Iberoamérica, acaba siempre concluyendo en algún despacho oficial de Estados Unidos.

    Después de la matanza, el país ya no volvió a ser el mismo. La represión brutal a un movimiento con demandas democráticas, integrado en su mayoría por miembros de la clase media, marcó profundamente a la clase dirigente mexicana. Y aunque los gobiernos que sucedieron al de Díaz Ordaz intentaron cerrar la herida abierta por Tlatelolco, estableciendo algunos nuevos espacios para la vida democrática del país, el silencio oficial predominó sobre este hecho. La fecha y el tema se convirtieron por muchos años en un tabú. Así, existían poderosas razones para que, no por casualidad, Jorge Fons tuviera que enfrentar numerosas trabas y dificultades para hacer esta película.

    El año 1988 fue escenario de un escándalo, porque la exhibición de Rojo amanecer sufrió un extraño retraso, ya que no se estrenó hasta 1990. El guionista de la cinta, Xavier Robles, recurrió a la SOGEM, que a su vez interpuso un amparo en contra de la Dirección de Cinematografía. Los funcionarios alegaron que todo se debía a un simple retraso por razones burocráticas; los realizadores denunciaron intento de censura.

    Recordemos sobre esto mismo que años más tarde pasó algo similar con la película La ley de Herodes, de Luis Estrada (1999), por poner el dedo en la llaga sobre la corrupción política habida en el país durante los sucesivos gobiernos del PRI. Esta película fue objeto de un burdo veto que terminó provocando la renuncia del entonces director del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), y el consiguiente desprestigio de las autoridades cinematográficas mexicanas. Por el ambiente político imperante, lógicamente el cine nacional mexicano, dependiente en gran medida del gobierno para poder sobrevivir, tenía que haberse enfrentado a un enorme obstáculo al querer abordar un tema como el que trataba Jorge Fons en su película. Finalmente, con un escaso presupuesto y una productora independiente pudo concretar su proyecto.

    No cabe duda que el talento, las ganas y la creatividad de este notable realizador, el mismo de El callejón de los milagros, dieron como resultado una magnifica cinta que no necesitó de grandes presupuestos estilo Hollywood, para tocar las fibras más sensibles del espectador narrando visualmente, con acierto sin igual, el terror que vivieron un indeterminado número de familias de clase media, aquellos que vivían en las inmediaciones en donde se llevó a cabo la consumación de la masacre.

    Entre los tantos méritos del filme destaca el hecho de que no es una cinta política en sentido estricto, que pretenda analizar las causas y efectos del movimiento estudiantil cruentamente reprimido ni denunciar a un Estado totalitario y represor. Es esencialmente la “crónica” de una noche en la que grupos armados de civil con tropas del ejército perdió los límites de la cordura haciendo imperar el terror. La película no funciona como juez, sino como un pasillo que lleva al conflicto suscitado, para que cada espectador haga su propio juicio

    Con todo, lo cierto es que el alboroto, una vez que la cinta fue autorizada, generó muy buena taquilla, y más tarde fue señalada como la iniciadora del llamado "nuevo cine mexicano" de los noventa.

    Ahora bien, entre los aspectos más destacados de esta película, su primer acierto es que la locación se lleva a cabo en los interiores de un departamento de un conjunto habitacional situado en las inmediaciones en donde se llevó a cabo la brutal masacre. Todas las secuencias del filme tienen lugar en este reducido espacio, salvo los escasos segundos finales, cuando el niño, único sobreviviente de la masacre familiar, sale al exterior con un desesperado dejo de esperanza de no volver a vivir tan inesperado horror. Probablemente el poco dinero con que se produjo la película haya determinado que se filmara casi en su totalidad en interiores. Sin embargo, en vez de ser una limitante, este elemento fue convertido por Fons en una de las principales virtudes de la cinta

    En efecto, en ese espacio vemos en la mañana del 2 de octubre retratada una familia en donde habitan tres generaciones: un matrimonio con sus cuatro hijos y el abuelo. El padre burócrata, la madre ama de casa, dos hijos estudiantes de universidad o preuniversidad, dos hijos menores de primaria y el abuelo, ex militar jubilado. Apaciblemente esa familia se prepara para vivir su día normal, sin presentir lo que desde afuera ya se presagiaba. Sin embargo, al transcurrir unas horas, esa apacibilidad se ve interrumpida en medio de la represión política más sangrienta del México moderno. Pero no todo es de repente, sino que todo se sucede en forma paulatina, como en un continuo in crescendo. Desde ahí, cual privilegiada atalaya, sus miembros ven y escuchan, primero la manifestación de estudiantes, y luego la matanza, y sufren sus consecuencias, cuando ocultan en el departamento a estudiantes compañeros de sus hijos, quienes serán masacrados junto con la familia, por tipos armados, a los que se tuvo buen cuidado de no vestir como militares para no aludir a las responsabilidades del ejército.

    Ya algo similar habíamos visto en la película colombiana Confesiones de Laura, que describe desde el interior de un departamento "el Bogotazo”, derivado del magnicidio del líder político liberal Jorge Gaitán, en 1948. Este magnicidio originó una ola de violencia en el centro de Bogotá, derivando también a la mayoría de las ciudades colombianas. Claro está, uno y otro filme tienen connotaciones muy particulares y distintas, que las hacen inigualables, inscribiéndose ambas en la categoría de un cine excepcional.

    En efecto, mientras el espacio cerrado elegido por Jaime Osorio, en la película colombiana, le sirve de locación para dar curso a una relación intimista de dos almas gemelas vecinas, teniendo como fondo la violencia sucedida en las calles del exterior, en los interiores del departamento, elegido por Jorge Fons, habita un microcosmos representativo de la sociedad mexicana de la época. En el interior de esa familia existe un conflicto generacional, reflejo del que está a punto de estallar en las calles de la ciudad de México.

    Pocas veces me ha tocado ver una película sin fallos como ésta. Y esto lo destaco, porque hasta en las películas mejores y más excepcionales siempre me las he arreglado para encontrarles algún punto de debilidad, cuestión por demás nada de difícil por los numerosos puntos de observación de que puede ser objeto una película (argumento, actuaciones, continuidad de las secuencias, locaciones, mensajes, estética, etc.).

    Por suerte, y con justificado mérito, esta película vino a ser reconocida finalmente en el propio México, no solo por el público espectador, sino también en los círculos oficiales. No fue extraño, entonces, que este filme en el año 1991 haya sido galardonado con varios Ariel, entre ellos, Mejor Película; Mejor Director (Jorge Fons); Mejor Actriz (María Rojo); Mejor Actor (Héctor Bonilla); Mejor Coactuación Masculina (Jorge Fegán), y Mejor Argumento y Guión (Xavier Robles y Guadalupe Ortega), entre otros.

    Por último, y excúsenme, nobleza obliga, no puedo dejar de expresar mi público agradecimiento a Morelia, la que me habló y me entusiasmó con esta película, a mi queridísima amiga, Viviana Bravo (la china), que allá en México la ubicó, y a mi amigo Sergei López, que me la trajo de regalo desde esa tierra. Así, poquito a poco, gracias a queridos amigos, voy acuñando entrañables tesoros.


    (Fuente: bellaciao.org)


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