Leonera —presentada hace pocos días en la competencia oficial del Festival de Cannes— describe la odisea de Julia (consagratorio trabajo de Martina Gusmán), una joven estudiante universitaria que, embarazada, es enviada a prisión tras un crimen pasional, cuyas precisiones y verdaderos responsables no se conocerán nunca. Desesperada, la heroína del filme intenta deshacerse del niño que lleva en su vientre, pero finalmente es contenida por otras madres que se alojan en un pabellón especialmente destinado a mujeres que crían a sus hijos tras las rejas.
Será allí donde no solo dará a luz al niño, sino también donde tratará de criarlo de la mejor manera posible, incluso frente a las presiones y conflictos con su madre (la actriz y cantante franco-uruguaya Elli Medeiros), una mujer radicada en Francia que regresa al país para disputarle la tenencia.
La cámara siempre virtuosa, pero nunca ostentosa, del eximio director de fotografía Guillermo Bill Nieto —habitual aliado artístico de Trapero—, sigue de cerca cada una de las actitudes, gestos, miradas y contradicciones de Julia para ayudar a construir un personaje que, gracias a la ductilidad y la convicción que entrega Gusmán (protagonista, productora ejecutiva, esposa de Trapero y gran revelación del filme), genera una enorme empatía, una gran complicidad, una permanente identificación por parte del espectador.
Potencia narrativa
La película —rodada en varias cárceles reales y con la bienvenida participación de verdaderas presas y celadores del sistema penitenciario—, sigue el derrotero de Julia durante más de cuatro años de crianza y de enfrentamientos y careos con su ex amante (el brasileño Rodrigo Santoro, una de las estrellas del filme 300). Precisamente, tanto este personaje como esta subtrama, que se ubica entre el thriller judicial y el policial, son lo menos logrado e interesante de una película que apuesta durante casi todo su desarrollo por un convincente melodrama sin desbordes.
De todas maneras, cualquier mínimo desajuste o reparo que pueda hacérsele al filme queda sepultado por la potencia narrativa, la intensidad emocional, la sensibilidad, la credibilidad y la jerarquía con que Trapero y Gusmán exponen las dudas, las inseguridades, los dilemas morales, los matices, el amor y la capacidad de lucha en este conmovedor derrotero de una joven que se convierte en mujer mientras convive en la hostilidad del contexto carcelario, se abre a las relaciones afectivas y acepta (y luego defiende) su maternidad hasta convertirse en una verdadera leona capaz de rugir dentro y fuera de la leonera del título.