Alguna gente ha predicho la defunción de la Televisión Serrana. Tanto nos sorprenden las miradas reveladoras que sobre su mundo arrojan, que no les perdonamos cuando nos dejan sin sorpresa. Tras casi década y media de fundada en un remoto lugar de la geografía del Oriente cubano, justo en la Sierra Maestra, la TV Serrana se ha transformado en uno de los referentes obligatorios dentro del documental cubano contemporáneo. Cuando surgiera en 1992, bajo el empuje de Daniel Diez, realizador formado con Santiago Álvarez dentro de la nómina del Noticiero ICAIC Latinoamericano, sus propósitos más bien modestos eran dar cuenta de la realidad de la Sierra Maestra y sus habitantes desde una visión comunitaria del video.
Mas, para decretar defunciones está la realidad. Y los críticos somos una parte blanda, por oficio alarmista, de ella. Luego, hay cuestiones prácticas: desde que Daniel Diez pasara a otras funciones en la junta directiva del ICRT, se han sucedido continuas migraciones; tiempo después se iba Waldo Ramírez (La chivichana, Freddy o El sueño de Noel); recién, Rigoberto Jiménez se sumaba al claustro de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños. La costumbre invita a pensar que lo acéfalo perece. Pero no: cambia.
De ahí que el esfuerzo creativo de los meses recientes haya culminado en una serie de talleres de formación para realizadores bajo el curioso apelativo de “Aprenda el uso del video”. Del mismo han salido cuatro cortos: Nely (dirección colectiva del taller número 5), breve esbozo de la personalidad de una mujer, típico documental de personaje; Pitingui (del taller 2), otro personaje, esta vez un carpintero con voluntad de acero; y Hombres de caminos (del taller 3), esta vez del personaje colectivo que significa una brigada de reparación de caminos serranos. Sobre todo los primeros adolecen de dificultades de criterio en el tratamiento de los individuos de la indagación, el planteamiento de problemas es escaso y de todo ello brotan conflictos de estructura y montaje. Sólo el último impone en el trabajo fotográfico y de montaje una atmósfera compleja, que trasciende la mera exposición de una estampa o personaje local, para alcanzar a rozar la grandeza del hombre y la maravilla de su industriosidad, el milagro que emerge de sus manos cuando las lleva el deseo (y la necesidad).
A propósito de necesidad, es ella la que empuja esta sobrevida de la TV Serrana. En permanente conflicto con la naturaleza, la inventiva cotidiana en la Sierra da lugar tanto a los talleres de video como a la invención de La cuchufleta. El corto de Luis Guevara tiene la consistencia del material reporteril para referir una invención a través de la cual un puñado de campesinos de un intrincado paraje ha resuelto la carencia de agua corriente. A falta de mejor nombre, la han bautizado así: la cuchufleta. Sin electricidad, pero con el río a media pedrada del bohío, no hay razón para cruzarse de brazos. Guevara le adosa no poca gracia al tratamiento sonoro y musical, atónito él mismo con la gracia y simpleza del dispositivo. Todas las entrevistas indican que aquí la vida se resuelve a base de inventiva y provisionalidad; viene una crecida del río, y a empezar de nuevo. Al cabo, todo es obra de la creación. Así que TV Serrana no muere, sino que se reinventa.
Y la obra más reciente de uno de sus creadores más sólidos, Rigoberto Jiménez (Las cuatro hermanas, Como aves del monte), está además en esta última producción. Rigo hizo EnNegro en una comunidad de Santiago de Cuba, lejos de San Pablo de Yao, sede de la televisora. Su tema vuelve a ser el misterio y los hombres que con él se codean. Solo que ahora tiene a mano un tema cercado de prejuicios ancestrales: el vodú. Esa cosmogonía, más que religión, parece tener allí un arraigo inimaginado: por un lado, comunidades nucleadas en torno a sus rituales y modo de vida; por la otra, un grupo de creadores de las artes plásticas que lo estudian, practican y utilizan como fuente de inspiración. Son sus palabras, así como las de un sacerdote que accede a mostrar parte de tan lacónico universo, quienes nos guían por un laberinto de enigmas al que el propio Rigoberto asiste como neófito. En verdad, su película nos deja azaeteados de dudas. Sin embargo, acaso el misterio que el realizador no consigue explicar hubiese quedado mejor expuesto sin la intención de develarlo y, sobre todo, sin el énfasis que pone en legitimarlo, en borrar el estigma que pesa sobre imágenes de sacrificios de animales, o rituales tildados de “salvajes” por el criterio eurocéntrico que nos amamantara.
Esta operatoria ligada con la indagación antropológica es uno de los aportes esenciales de la TV Serrana. La capacidad de representar sin la ambición de agotar el acontecimiento y, sobre todo, de hacer fluir el sentido a través del lenguaje y no a la inversa, es lo que ha colocado a varias de sus obras en el paisaje del audiovisual cubano de la última década. Entonces, cuando el miedo a verla fenecer de cansancio aparece, siempre hay algo que indica un nacimiento.
Ya había visto en Verano (2005) una compleja apuesta a narrar lo documental con imágenes y sonido. Por eso ahora que Roberto Renán aparece con Invierno, veo claro que su obra pudiera ser el anuncio de una dosis de complejidad impensada para el manejo testimonial de la realidad social en el audiovisual cubano. Preferiría una fotografía que busque menos el plano hermoso, la estetización, pero no puedo sino admirar la construcción dramática sin conflicto que hace Renán. Si en Verano era la calidez luminosa de Santa Cruz del Sur, aquí es el frío plomizo de la Sierra, las penumbras del bohío al amanecer y las filigranas que hace en el aire de la mañana el humo del fogón de leña; los niños desaliñados; la mujer ajada; los hombres que se baten con la tierra y siembran yuca en una falda ilógicamente empinada. La única advertencia de sentido textual es un texto sobre pantalla: “las estaciones no están en el año, sino en el alma”. Por eso sus documentales se trenzan con tiempo. Hay que ver la suerte con que hilvana espacialidad y temporalidad en un continuum pastoso que dice todo en el lenguaje metafísico de la poesía. El plano final es un golpe de efecto innecesario, pero la sutileza se aprende equivocándose.
Al cabo, la tarea (si alguna cabe) de TV Serrana quiere seguir siendo la de otorgar vida simbólica a esas comunidades raras, a personajes como en vías de extinción, a modos de vida distintos, a temporalidades que maticen las visiones que sobre el país tenemos. Sigue teniendo razón Nicolasito Guillén Landrián cuando ponía en Ociel del Toa: “Es bueno que esto lo vean en La Habana”. Sí, es bueno saber que otros abrazan valores que no son los míos.