En el Festival de Cine de Lima de 2005, la cinta Los muertos, del argentino Lisandro Alonso, fue una de las más aplaudidas y consiguió el premio de la crítica. En esta oportunidad, el cineasta participó con Liverpool, filme proyectado también en Cannes. Conversamos sobre su forma de ver el cine.
Cuando filmó Los muertos devolvió rollos de película. ¿Sigue con la misma política de grabar lo exacto?
Cuando acabé de grabar ese filme había diez latas que estaban vírgenes, sin usar. Ya habíamos filmado todo lo que se me ocurría.
Pregunté al resto del equipo si alguien quería filmar algo. Nadie dijo nada, y bueno. No es que filme lo exacto, sino lo que se me ocurre, lo que puedo. Filmar por filmar no, porque el cine es caro. Gastar plata adrede no tiene sentido. Grabo lo que es necesario para la película.
¿Usted no planifica mucho ni sigue escrupulosamente el guión?
El guión es una guía de trabajo que tengo de diez o quince páginas, que consulto un par de veces al día para no perderme. Pero no es obligación seguirlo letra por letra. Lo que sí es obligación es estar atento en la filmación a todo lo que pasa y a lo que sugieren el equipo y los actores. Depende de la película. A veces organizo la puesta de cámara más por el comentario que me hace el actor que lo que me dicta el lenguaje cinematográfico.
Hace unos días, José Luis Guerín comentaba que el guión a veces privaba de libertad. ¿Comparte esta apreciación?
Sí. Hay diferente clase de cine. Para un cine como el de José Luis o el mío, no conviene tener un guión. O al menos no el guión convencional de 120 páginas, con escenas, exteriores, diálogos pautados. Trato de ser más receptivo con lo que hago.
¿Es difícil conseguir financiamiento para una propuesta de cine como la suya?
Es difícil de producir, más difícil de distribuir. Mientras pueda seguir haciendo, lo haré. Cuando no, no venderé mi casa para hacer una película.
Eso lo tengo clarísimo. Esto tiene sentido cuando una mínima cantidad de personas optan por ver este tipo de propuestas. Cuando no existan, habrá que trabajar en otra cosa. Pintar, sacar fotos, no sé.
¿Además de cine, hace fotografía, pinta?
No, no. Cuando tengo tiempo libre trato de acompañar a mi familia en el campo. Viven en La Pampa, a 700 kilómetros de Buenos Aires.
Usted señala que es muy selectivo para ver cine.
Veo lo que sé que me va a aportar algo. Generalmente, la cartelera anual no me ofrece mucho a mis intrigas cinematográficas. De hecho, las empeora. No voy al cine mucho. A veces, como tengo la suerte de viajar a festivales, veo un abanico de posibilidades y aprendo.
Llama la atención que habiendo logrado que sus cintas sean vistas en Cannes y reciban buenas críticas, tengan dificultades de distribución.
Las críticas no van al cine. A veces ayudan. Pero el público que normalmente va al cine se siente impregnado, notificado por grandes compañías de publicidad y de marketing que no están en mi presupuesto. Por ello, le entra por los ojos Batman u otra cosa.
¿Considera que no hay variedad en la cartelera?
Lamentablemente. Salvo los festivales de cine, no se puede ver películas de Asia o África, como se sientan en Taiwán... Parece que no tiene sentido, pero sí lo tiene porque uno se reconoce en el cine con lo que ve. Es una herramienta fuerte. Lo que sucede es que lo usan para vender heladeras. Es una herramienta de publicidad cuando está mal usado. A veces veo más cine latinoamericano en España que en Argentina.
¿Le gusta algo de cine norteamericano?
Los domingos, cuando estoy cansado en La Pampa, puedo ver una película. Igual la disfruto. Me parece que es una alternativa de entretenimiento. El problema es cuando es el ciento por ciento y no deja lugar a otras propuestas.
El director argentino asegura que lo primero que tiene claro al iniciar una película es el lugar donde quiere filmar. “Viajo al lugar, con una carpita y bolsa de dormir, y empiezo a observar a la gente, tomar notas”, asegura. Indica que prefiere salir de Buenos Aires para no tener que repetir los lugares que ve frecuentemente.