Fernando Solanas llega al cuarto —penúltimo— capítulo de su testimonio sobre la Argentina actual, que comenzó con Memoria del saqueo (2004) y continuó con La dignidad de los nadies (2005) y La Argentina latente (2007). La semana pasada estrenó La próxima estación, con fotografía y cámara del mismo Solanas, Mauricio Minotti y Alejandro Fernández Mouján, montaje de los dos primeros con Alberto Ponce y música de Gerardo Gandini.
El eje es la destrucción de los ferrocarriles en la Argentina con entrevistas a operarios y funcionarios de diferentes áreas que se atrevieron a las concretas preguntas del cineasta. En diálogo con La Nación, el cineasta asegura que en la actualidad "estamos más dominados que unidos". Sin embargo, piensa que no hay que perder la esperanza de llegar a un mejor bicentenario "si se toma una decisión política a tiempo".
¿Su mirada es esperanzada?
Trato de hacer un buen testimonio, una buena investigación, no parcial. En esta película, entrevisté a funcionarios de distintas corrientes, a los que no les pongo letra. Tampoco manipulo las entrevistas. No puedo incluirlas enteras, pero está en la ética del entrevistador no manipular lo que dicen, que lo breve que quede exprese lo que el hombre piensa. Sí es esperanzada: querámoslo o no, el tren volverá. Va a llegar el día en que sin trenes no vamos a poder llevar la cosecha al puerto.
¿La realidad supera la ficción?
A mí mismo me costó creerlo: que el patrimonio ferroviario, riquísimo, como 37 talleres llenos de maquinarias, herramientas, repuestos, se haya entregado sin inventario a los concesionarios que debían mantenerlo en uso ¡lo vaciaron todo! Como son bienes del Estado, nadie los cuidó. La seguridad era "un sereno con un billete que no vio nada". Es un cine de descubrimiento: tenés un miniplan de investigar un tema y después salís como el cazador para buscar su presa. A veces, encontrás cosas que te deslumbran. Es una especie de road movie : los trenes son los hilos conductores. Uno elige cómo armar ese rompecabezas. Se tarda dos o tres veces más que una ficción.
¿Muchos obstáculos?
De las concesionarias. Por ejemplo, no pude entrar a ver los talleres de Alta Gracia, y por eso tuve que recurrir a una escalera. El que no te deja entrar es porque oculta algo. No me han dejado entrar ni con la recomendación del Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado (Onabe). Lo mismo en Laguna Paiva y San Cristóbal. Es lamentable.
¿Cómo ve el presente?
En los últimos cinco años, no se ha hecho nada para reconstruir el transporte en la Argentina. Es la incomunicación. Nosotros lo sentimos poco porque vivimos en una ciudad donde el tren o los subterráneos funcionan. En el interior del país, hay pueblos que no tienen salidas asfaltadas y el tren es el único medio que les permite entrar y salir en la peor condición climática. Con el barril de petróleo a 130 dólares a ningún país se le ocurriría suprimir los ferrocarriles.
¿Cuál podría ser la salida?
El país espera una democratización auténtica. Hace falta una renovación política intensa, con principios y con ética de la Nación. Todo es producto de la destrucción del Estado, desguarnecido de controles. Nos llama a un replanteo para debatir seriamente el fracaso del modelo privatizador. Los servicios públicos, las escuelas, los hospitales, no tienen como objetivo dar ganancia. Quiero despertar la conciencia ciudadana acerca de lo que nos pertenece, que somos copropietarios de un gran consorcio que se llama la Argentina, y que el Gobierno es apenas el administrador de esos bienes.
¿Cuál será la última parada?
La tierra sublevada , acerca de la protesta de la tierra frente al maltrato, la contaminación, que es salvaje, la riqueza minera, pesquera, del agro, que sale del país sin que sepamos. También va a ser una película contada por la gente. Otro viaje.