Si Memoria del saqueo (2004) fue la mirada indignada al despojo y la destrucción de Argentina, recorrido por el sutil tejido de intereses que acabó sacrificando el país de todos a favor de una minoría, y La dignidad de los nadies (2005) el recuento de los “daños colaterales”, el paisaje humano después de la rapiña neoliberal, Argentina latente (2007) es la historia de la redención posible, del país que podría ser.
La nueva película de Fernando Solanas concluye el tríptico —por cuanto la idea de fragmentos que alegorizan el todo resulta mejor definición que la de trilogía— que ha venido enhebrando como testimonio de los acontecimientos que estremecieron a su país en los últimos años, a partir de que el crac del modelo neoliberal produjera la sublevación popular y la crisis de la institucionalidad política vigente. Este grupo de documentales de largometraje viene a ser la relatoría más exacta y abarcadora de la compleja situación de un país que pasó de vitrina rutilante del sueño neoliberal a demostración de la ineficacia del modelo económico pactado para resolver los problemas profundos de los países dependientes.
Muchas producciones del nuevo cine argentino de la pasada década han indagado en las huellas que los procesos socioeconómicos de la década final del siglo XX y lo que va del XXI dejaran sobre la vida cotidiana de su gente. Películas como La ciénaga, Mundo grúa o Pizza, birra, faso, por mencionar especímenes con pedigrí de la reciente producción argentina, han implementado relatos que encaran más o menos frontalmente esa realidad crítica. Asimismo, la producción documental se ha ocupado de dar parte de las renovadas filas de indigentes y piqueteros, de los grupos sociales fragmentados y de las formas emergentes de resistencia.
En semejante panorama, los documentales de Solanas instrumentan la crítica de la Historia en su propio acontecer (en la plaza pública, entre la gente, dando cuenta de la rabia del poder; en las huelgas, dentro de las fábricas ocupadas; en siniestros ministerios, recuperando cuanto se pueda de los pactos secretos y la venta indiscriminada del país a capitales extranjeros). Mas, ello ocurre invirtiendo la perspectiva tradicional: en vez de referir las versiones oficiales y hacer la relatoría crítica de los acontecimientos, genera su propia perspectiva de los mismos, contando la historia desde la posición de quienes son, por hábito, excluidos del relato canónico, que en este caso son a un tiempo protagonistas y memoria de los sucesos, así como la perspectiva con la cual se compromete la solidaridad de la mirada documental definitiva. O sea, un posicionamiento que ubica al realizador a favor de aquellos que siempre salen perdiendo en el ajedrez infame de la historia de los poderes.
Pero Argentina latente es una película de paisajes. Si bien sus antecesoras se movían a ras del suelo de los acontecimientos, esta sobrevuela con pausa, evidencias menos contextuales. Los primeros minutos son ejemplares: una panorámica aérea de las extensiones geográficas del país y la voz en off de Solanas que explica la paradójica realidad de una geografía dotada de enormes riquezas, pero sometida a una indigencia desesperada. Paradoja que acentúa el segmento contiguo: entrevistas en la calle donde la gente sencilla, ante la pregunta de si la Argentina es rica o pobre, se decanta por lo segundo.
La película no se ahorra estadísticas, datos, comparaciones de períodos históricos, tasas de evolución y crecimiento económico, que explican el ascenso de una nación de la nada al auge económico y al estatus de potencia regional, bajo el impulso modernizador del nacionalismo. Sin suscribir expresamente la nostalgia peronista, Solanas consigue exponer el desvío ideológico de las élites que acabó de a poco con las enormes potencialidades científicas y productivas del país. Sin temer al exceso didactista, y utilizando con amplitud la entrevista, o ese diálogo que entabla él mismo con interlocutores de toda clase, el realizador disecciona el estado actual de una industria tras otra: la aeronáutica, la automovilística, la militar, la naviera, la de producción de maquinaria, la nuclear, así como la patética situación de la academia universitaria y de la escuela pública en general.
Pero en este compendio de desmanes oficia como de paso, aunque es el objetivo central de la argumentación, la revelación de posibilidades inmensas: una infraestructura en desuso o saqueada por inversores extranjeros, pero capaz; una cantera de profesionales de primera categoría deseosa de aplicar sus conocimientos a favor del país; recursos subutilizados que el estado solamente tendría que recuperar para sí. Sin un triunfalismo fácil, se desliza el júbilo de Solanas por las potencialidades latentes, más el entusiasmo que nace de reconocer que, como él mismo declarara, “es falso que no se pueda, sino que siempre se pudo, incluso en tiempos más difíciles”.
Como cine, Argentina latente carece de una tensión creciente o de un ciclo de problemas dramáticos estresante; en cambio, prefiere el riesgo de la reiteración, el subrayado de tesis semejantes y el goteo constante a favor de una idea, siempre la misma: la latencia de un país agotado pero capaz de todo. Más que cine, este último documental viene a ser un programa, proyecto de cambio casi para la situación referida en sus antecedentes. Ello, no en la forma de un catecismo político, sino de invitación al autorreconocimiento de una capacidad de transformación.
Argentina latente cruza de la gran Historia hacia la anécdota cotidiana para articular una visión política. Y todo ello parece expresar el tránsito de Solanas desde las militancias extremas y la parcialidad de los dogmas hasta ese reposo que se constituye en una idea de lo político como confirmación de madurez: la del sentido común.