«Los preludios de renovación aparecieron hacia 1958. Es entonces cuando estudiantes se agrupan y forman el Cine Club Universitario, actualmente desaparecido, que será la primera manifestación de este tipo en Chile. Esta iniciativa favorecerá la aparición de una nueva generación de cineastas con ideas diferentes, que se inspiran en el estudio de obras de los grandes autores de la historia del cine». (Les cinemas de l'Amerique Latine).
«Sin embargo, en honor a la verdad, es el Instituto Fílmico de la Universidad Católica de Chile (1957) la primera manifestación de que algo nuevo está sucediendo. Fundado y dirigido por el sacerdote jesuíta Rafael Sánchez está en condiciones de realizar películas de 16 mm desde la filmación hasta la edición final. Y es allí donde Sergio Bravo estudiará para crear posteriormente, en 1957, el Centro de Cine Experimental de la Universidad de Chile, del cual será su primer director». (Extractado de Re-visión del cine chileno de Alicia Vega).
Sergio Bravo realizó diversos documentales en 16 mm en blanco y negro. Entre ellos, Mimbre (1957), Trilla (1958), Día de organillo (1959), Láminas de Almahue (1962), hasta llegar a las que podríamos calificar como las primeras películas documentales chilenas del Nuevo Cine: La marcha del carbón (1963) y Las banderas del pueblo, sobre la campaña presidencial que Salvador Allende perdió frente a Eduardo Frei en 1964.
Al renunciar a Cine Experimental en 1966, es reemplazado por Pedro Chaskel, el que también, junto al camarógrafo Héctor Ríos, había filmado diversos documentales, tales como Aquí vivieron (1964), Érase una vez (1964) y Aborto (1966), vencedor del 4° Festival de Viña del Mar.
Por su parte Rafael Sánchez, a través del Instituto Fílmico, había realizado diversos documentales, tales como Faro Evangelistas (1964), Chile, paralelo 56 (1964) y un largometraje argumental, de extracción religiosa, El cuerpo y la sangre (1962), películas todas muy bien hechas, pero que solo tangencialmente podrían incluirse dentro del Nuevo Cine.
Fuera de estos departamentos cinematográficos universitarios, existieron algunos francotiradores que trataron de realizar un cine diferente. Es el caso de la dupla formada por el matrimonio Jorge Di Lauro, sonidista argentino que había sido contratado en la época de la fundación de Chile Films, y Nieves Yankovic, actriz de varias de las películas rodadas en esa época. Entre el trabajo de alimentar y mantener a más de 100 perros (llegaron a tener 160), la pareja de cineastas encontró tiempo para filmar varios documentales experimentales, que podrían incluirse dentro de los precursores del Nuevo Cine. Entre ellos Andacollo (1958), Los artistas plásticos chilenos (1959-60), Isla de Pascua (1961), San Pedro de Atacama (1963-64). Desgraciadamente, la falta de medios, provocada en parte por tener una familia perruna tan numerosa, impidió que está pareja de realizadores se desarrollara y pudiera entrar a formar parte del Nuevo Cine.
Junto a ellos, un arquitecto aficionado a los jardines, Alvaro Covacevich, sorprendió en 1966 con un documental, ingenuo, si se quiere, pero que estaba en el centro de la temática del Nuevo Cine. «Su película Morir un poco lograba traspasar al cine modestos problemas de gente modesta, pero con una sinceridad que no había mostrado el cine chileno hasta ese momento». (Historia del cine chileno, de Carlos Ossa). Sin embargo, se notaba en el filme cierta falta de claridad, debido, según Carlos Ossa «a su falta de ubicación frente al problema». En efecto, como rebelión frente a las injusticias del sistema, Covacevich colocaba a su personaje-observador en la acción respuesta de destruir jardines públicos, los mismos que él construía. Una respuesta muy pequeña frente a la magnitud del problema.
Y esa falta de ubicación de que habla Carlos Ossa, aparece evidente en su próxima película New Love. Aunque quisiera cantar a la libertad, a la paz y a una serie de otros valores universales, lo hacía a través de los hippies, un fenómeno social no existente en Chile, salvo en algunos poseros e imitadores que tenían la apariencia pero no el alma de tales. El mismo título de la película demostraba su tono extranjerizante.
Otro precursor, al margen de sus labores administrativas que como veremos luego fueron decepcionantes, fue Patricio Kaulen. Luego de haber realizado a fines de los años cuarenta una convencional Encrucijada, Kaulen volvió al cine con Largo viaje (1967) en el que se muestra una costumbre indígena que aún persiste en algunos medios populares. Cuando se muere un niño, se le disfraza de ángel: se le pinta, se le da un aspecto de ser vivo, se le pone una túnica blanca y un par de alitas para que vuele al cielo. Y por este motivo se le ofrece una fiesta, bastante regada por vino. Largo viaje, es la historia de un «angelito» que pierde un ala justamente en la fiesta en su honor, y de un niño que trata de devolvérsela para que pueda volar al cielo.
El tema tiene cabida en el Nuevo Cine, pero la factura simbólica es falsa y demasiado obvia. «El abusivo descriptivismo del filme lo vaciaba de todo contenido y su retórica denuncialista se invalidaba por sí misma» (Carlos Ossa). «El valor argumental de Largo viaje es su manifiesta apertura a una temática social que el cine chileno había esquivado. Sus limitaciones se advierten en la visión superficial y esquemática de los distintos sectores sociales que conforman las historias paralelas al eje vertebral» (Alicia Vega, Re-visión del cine chileno). A pesar de sus evidentes limitaciones, el filme logra ganar en el festival de Karlovy Vary (Checoslovaquia) de 1968.
Entre los precursores, también merece nombrarse a Raúl Ruiz, aunque en realidad él fue uno de los iniciadores del Cine Nuevo. Sus películas experimentales La maleta (1961) y El tango del viudo (1967), nunca fueron montadas porque las filmaba exclusivamente bajo la inspiración del momento (que es su particular forma de filmar) y sin ningún sonido de referencia. En aquellos tiempos, Raúl Ruiz estaba exclusivamente preocupado en buscar un nuevo estilo de imagen cinematográfica, formalista y no de contenido, por lo que una vez que había logrado imprimir en el celuloide sus hallazgos formales se despreocupaba del resto. Sin embargo, por la genialidad de sus concepciones, se le puede incluir entre los precursores del Nuevo Cine.
Otro realizador que merece mencionarse es Helvio Soto, cuyo Yo tenía un cantarada, cortometraje de ficción, con innegable influencia de De Sica, obtiene un premio en el Festival de La Plata (1965) y es mencionado por el jurado del Festival de Venecia del mismo año. Posteriormente, filmó otros dos cortos, El analfabeto e Historia de un caballo, este último en un franco tono de protesta, que unidos a su primer cortometraje, integraron un largometraje de tres episodios: Erase un niño, un guerrillero y un caballo (1967). El resultado fue mediocre, pero el contenido era interesante. Su comedia posterior Lunes primero, domingo siete (1968), a pesar del aplauso de gran parte de la crítica, era un retroceso en cuanto a Cine Nuevo se refiere.
Y también está Miguel Littín, cuyo cortometraje Por la tierra ajena (1965) preanuncia al director comprometido del futuro.
Si bien todas estas organizaciones y estos realizadores fueron importantes para la aparición en Chile de un Cine Nuevo, no hay duda de que el hecho más determinante de todos, tal como es reconocido actualmente a nivel continental y mundial, es la aparición del Cine Club Viña del Mar, en el año 1962.
Tomado de la Revista Cine Cubano No. 141. p. 11-13.