La teta asustada: la realidad peruana en un infierno psicológico
El título de la película La teta asustada, de la peruana Claudia
Llosa, puede resultar engañoso, porque más que referirse a cualquier
disipada visión carnal, significa uno de sus más ingratos sinsabores.
El relato sucede en Perú para contarnos los salvajes traumas de la hija
de una campesina que fue reiteradamente violada en los tenebrosos
tiempos del grupo terrorista Sendero Luminoso —cuya titularidad oficial se debía al Partido Comunista peruano, fundado en 1980— y el ejército de la nación. Quizás el título intente impactar sobre la grave evidencia del tema que despliega la película.
Pese al siniestro argumento, su directora, Claudia Llosa —sobrina del escritor Mario Vargas Llosa—, desarrolla sus empeños líricos y un bien ambientado costumbrismo sin adulterar los elementos expresivos, tratando de reflejar la angustia cotidiana de la protagonista, heredera de un auténtico infierno psicológico. Con un escrupuloso realismo, con una absoluta honestidad en el tratamiento cinematográfico, con una total legitimación en la descripción de los personajes y en las situaciones, la directora de la recordada Madeinusa (2005), película singularmente polémica, premiada en el Festival de Sundance, precedente en cierto modo de lo que ahora vemos, presenta de nuevo un peculiar localismo que trasciende mediante una equilibrada contención que va de la dirección a los intérpretes, haciendo de una modesta producción un intenso alegato contra el machismo y la violencia contra la mujer.
El tema se inspira en un rito andino, según el cual las mujeres maltratadas o violadas trasmiten la enfermedad popularmente denominada "la teta asustada" a sus hijos, traumatizándolos a través de la leche materna. Se trata de la tradición oral del pueblo quechua, convertida en auténtica superstición. Es el caso de la protagonista, Fausta, fruto de la violación de su madre durante la violencia política que sufrió Perú a finales del siglo pasado. La trágica historia nos traslada a los agrestes y desarraigados lugares de los barrios marginales y empobrecidos de Lima, donde viven miles de mujeres torturadas y violadas en aquellos años de duros enfrentamientos y terrorismo implacable.
El miedo, mamado desde la infancia y arraigado de por vida, es el gran protagonista de esta película que mereció con todos los honores el Oso de Oro del último Festival de Berlín, heredado de ese sangriento conflicto peruano, que se menciona, pero que no ocupa lugar en el filme. Leyenda o nefastos mitos aparte, el espectador tiene conciencia de que todo lo que se cuenta es real y estremecedor. Lacras como ese mismo miedo, la marginalidad, el analfabetismo, la miseria y a la vez la cultura aprendida de la propia entidad telúrica y las costumbres, ambientadas en un ámbito rural desarraigado, configuran un relato áspero, hecho de miradas expresivas, silencios clarividentes, incluso de canciones y algunos diálogos en quechua, que nos revelan evidencias que conocemos o creemos conocer. En otras ocasiones solo parecen manifestarse hasta el límite de la fábula, las invenciones y la más dura y contundente realidad.
Claudia Llosa, aparte de los valores que nos descubre su película, se ha dedicado intensamente a la dirección de su protagonista, y en este sentido la actriz Magaly Solier hace una interpretación acorde con su personaje en todo momento y en todos sus distintos matices. Pueden resultar reiterativas algunas situaciones e insistentes ciertas visiones del localismo, si bien es verdad que esa obstinación folclórica supone una intencionada ruptura con la desabrida sensación que el amargor del duro relato deja en el espectador. En suma, un cine etnográfico, ciertamente válido, como demuestra su éxito en certámenes internacionales.
(Fuente: Huelvainformacion.es)