“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • Estación Central, la crudeza de lo bello

    Estación Central (1998) ha sido uno de los filmes brasileños más exitosos de los últimos años, convirtiéndose en todo un suceso en Europa y Estados Unidos, llegando –incluso- a disputar premios Oscar.

    La cinta, de la mano de su director Walter Salle, es una invitación mágica a visitar un país inhóspito a través de la vida de Dora (Fernanda Montenegro), una profesora frustrada que escribe cartas por dinero en la Estación Central de Rio de Janeiro.

    Dolida con la vida que le entregó el destino, arrugada y solterona, se relaciona de muy malas ganas con aquellos pobres que cifran sus esperanzas en la dedicación que Dora ponga en su labor.
     
    Dora es la imagen de aquellos que viven porque tienen que hacerlo y trabajan con el único delirio de algún día sentirse libres. A ese hermético mundo entra la figura de una madre y de su pequeño hijo Josué (Vinicius de Oliveira), quienes buscan a un padre ausente.

    Sin embargo, tras ese encuentro frío y breve, la joven madre muere atropellada y luego de varias coincidencias, Dora decide hacerse cargo del niño con la intención de venderlo en el mercado negro. El relato sobrecoge en el momento en que Dora y Josué se marchan a la conquista del Brasil intenso, la búsqueda del padre ausente y de la felicidad que no entrega la vida citadina. Josué no tiene a nadie  y se aferra a esa vieja enferma por el remordimiento y la rabia.

    Salle hace que su trama cite al neorrealismo italiano y la herencia de la posguerra de los años 40, en donde no era necesario representar el imaginario colectivo para hablar de problemas puntuales como la falta de trabajo, la pobreza y la soledad.

    En esa búsqueda recluta al pequeño Vinicius de Oliveira, un lustrabotas de 12 años que el director vio en el aeropuerto de Rio de Janeiro y pensó que era preciso para el filme. Lo evaluó junto a 1.500 actores jóvenes para el rol de Josué y el niño demostró tener las cualidades suficientes para asumir el papel.

    Por su parte, Fernanda Montenegro goza de una amplia experiencia como actriz de cine, teatro y teleseries.  Con muy buena relación con Vinicius, la profesional de 69 años postuló al Oscar como mejor actriz, compitiendo a la par con Gwyneth Paltrow, entre otras "diosas" hollywoodenses.

    Su rostro sin cirugías se manifestó como ideal para el rol. y su notable bagaje permitió la elaboraación de la textura necesaria que requería la interpretación de Dora, la maestra contenida y ambiciosa que aprende a disfrutar de la vida cuando conoce bien la personalidad inocente del niño.

    La agresividad de esta docente se va transformando en un monumento de emociones. Su personaje es evolutivo, pleno de cambios y matices. El espectador comienza a querer su miseria, porque sabe que detrás de ella existe una soledad insoportable. Sus leves sonrisas se transforman en el cariño tímido que lentamente siente por un niño, al que primero protege por interés, pero al que después es capaz de ofrecerle su amor incondicional.

    El trabajo de Salles se ha centrado siempre en el tema de la peregrinación, del exilio. Documentalista y realizador de ficción hizo su primer gran filme en 1995, la que marcó el renacimiento del cine brasileño, decaído después de la muerte de grandes valores del cinema novo de los años 60 como Glauber Rocha, Joaquim Pedro Andrade y León Hirzman.

    Salvo por sus elementales ripios en el manejo del tiempo cinematográfico que se manifiesta en espacios largos, donde la acción parece no embarcarse demasiado, Estación Central es un gran ejemplo del desarrollo de un cine de pocos recursos económicos, pero de gran corazón. Imposible evitar las miradas profundas que se recorren como rasguños, las arrugas de Dora contrastadas con la sonrisa angelical de un niño de muecas fáciles.

    Estación Central se manifiesta como un respiro al neón-realismo del cine norteamericano, como bien lo ha señalado Salles; es el renacimiento de la América Latina pura, plena de sufrimientos y alegrías, agradecida por la vida y por la raza; la penetración de la humanidad como sentimiento último de una esencia que busca el despertar de una realidad que duerme mecida por el tiempo.

    (Fuente: culturaytendencias.cl)


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