La
idea original de la película surge de denunciar (hacer visible) la
esterilización inconsulta de mujeres quechuas por parte de “cuerpos de
paz” norteamericanos en tierras bolivianas. Una situación que luego de
estrenada la película, y a través de su repercusión mundial, a partir
de su premiación en el Festival de Venecia
[1], se modificó siendo dichos “cuerpos de paz” expulsados de Bolivia en 1971.
Una
denuncia, que se imbrica (se constituye) con la búsqueda mencionada de
una “narrativa propia”. Una propuesta narrativa que pugna por “conjugar
los ritmos internos de la espiritualidad nacional, por construirse ya
no sobre los pilares del individualismo helénico, judeocristiano, sino
sobre la cosmovisión de las mayorías morenas del país que entienden al
tiempo como un viaje circular, como un eterno regreso de todo”
[2].
Al
mencionar una narrativa que discuta la anclada en un “individualismo
judeocristiano”, Sanjinés refiere directamente a romper con los
parámetros básicos del montaje norteamericano
[3],
basado en estructuras temporales lineales, en una rítmica de un
dinamismo tal que asegure distracción, una lógica relacional
dicotómica, y conformada bajo la égida de la relación causa-efecto
(dogma paradigmático del cientificismo capitalista occidental)
Deteniéndonos
en la cuestión del ritmo narrativo,
Yawar Mallku posee en cambio, una
cadencia morosa, un aletargamiento temporal que construye tensión pero
de modo dialéctico, a través de situaciones/imágenes en contradicción.
Un in-crescendo tensional de rabia, irritación, que atraviesa tanto al
protagonista principal como al espectador. Una suma de injusticias, de
circunstancias desiguales, atravesadas por el racismo y la soberbia
tanto de los científicos norteamericanos, como de quienes lo apañan y
actúan en connivencia, que van prefigurando un grado de violencia que
solo resta estalle.
La morosidad del ritmo narrativo elegido
contribuye así a que ese engendramiento de violencia acceda a una capa
de irreversibilidad, a una instancia, que por su lenta y profunda
asimilación, al surgir, no habría modo de revertirla. Así, el proceso
desalientante que viven los protagonistas, es el de un acceso a un
nivel de conciencia de su situación, y la de los suyos, en relación a
su contexto, irremediablemente revolucionario.
La apuesta a una
activación, representada en el mencionado proceso de toma de
conciencia, entendido dicho proceso siempre excediendo el ámbito
representacional (tal la apuesta política preponderante del cine de su
época), tiene su punto culminante al final de la película. Así como en
la Bolivia de hoy se grita amenazante y esperanzadoramente por el
inminente “tiempo del Pachakuti
[4]”,
Yawar Mallku finaliza con una propuesta movilizadora. Hay una acción
concreta llevada a cabo por los habitantes de la zona de influencia de
estos “cuerpos de paz”, en la que ingresan violentamente a la vivienda
de los norteamericanos (que al momento de tal irrupción, bailaban
a-go-go) con intención de castrarlos, luego que un referente religioso
de la comunidad lee en las hojas de coca (el oráculo andino), que “el
extranjero está sembrando muerte en los vientres de las mujeres”.
La
resolución formal que Sanjinés propone para el final de su película,
recuerda al mítico cierre de la primer parte de
La Hora de los Hornos
(de Fernando Solanas y Octavia Getino, estrenada clandestinamente el
mismo año que
Yawar Mallku, 1969) En aquella, el primer plano fijo del
Che Guevara muerto, sostenido por algunos minutos, luego de más de una
hora de relato sobre las condiciones de neocolonización de la Argentina
de los años 60, resultaba una de las propuestas fácticas más claras que
el cine latinoamericano había otorgado. Un llamado a la acción directa.
El final de
Yawar Mallku logra un efecto similar. Humillado, indignado,
con violencia engendrada, luego de una muerte evitable, pero condenada
por la discriminación, la subestimación, y el desprecio, vemos caminar
de frente a la cámara, un rostro que nos convoca, nos arrastra a
acompañar su inminente estallido (el suyo, el de su comunidad, el de
todos los oprimidos)
El “encuentro” de culturas deviene lucha,
la representación (cinematográfica) potencialidad fáctica. Lo simbólico
deja marcas, huellas en una voluntad que debe desplegarse. Así
construye (entiende) Jorge Sanjinés su cine: en tanto arma, en tanto
herramienta, que con recursos propios, y heredados, debe estar en
función de un devenir social de puja constante.
Unos rifles en
alto, y una música andina combativa finalmente preanuncian lo
inevitable. La historia debe continuar (he ahí la mayor apuesta) una
vez terminada la función.
Notas:
[1]
Además del “Timon de Oro” en el 30 Festival de Cine de Venecia, Italia,
1969, Yawar Mallku obtuvo el premio “Georges Sadoul” al Mejor Filme
Extranjero, Paris, Francia, 1969, el Gran premio “Espiga de Oro” XV
Semana Internacional de Cine de Valladolid, España, 1970, y fue
seleccionada por la UNESCO como una de las 100 mejores películas del
mundo en 1992.
[2]
En “Neorrealismo y Nuevo Cine Latinoamericano: la herencia, las
coincidencias y las diferencias”, ponencia escrita por Jorge Sanjinés
para el seminario La influencia del Neorrealismo Italiano en el cine
latinoamericano, en el Festival Cinesur de Cine latinoamericano, Rio de
Janeiro, 2002
[3]
Tal la denominación que le otorga Gilles Deleuze. Montaje que inaugura
y toma como modo de representación paradigmático la llamada, también
por Deleuze, Imagen-acción.
[4]
Término quechua que refiere a “una manera de estar y ver, de decir y de
ser, (y que) anuncia periodos de transformaciones radicales"
http://www.pachakuti.org/