El asaltante, un ejercicio angustioso y desbordante
Por Leopoldo Villarello Cervantes
El asaltante (2007, Pablo Fendrik) es un ejercicio angustioso, desbordante, de lo que concluye como una ruda jornada en el devenir de un hombre. Un día cualquiera en su diario acontecer. Un tour de forcé para el actor Arturo Goetz, quien aparece en casi la totalidad de escenas del filme, seguido en forma permanente por la cámara en mano, lo cual convulsiona aún más sus acciones, su proceder.
El realizador argentino Pablo Fendrik, de quien en el pasado Foro de la Cineteca conocimos su segundo largometraje, La sangre brota (2008), escolta a un hombre en El asaltante sin aflojar, atento a su respirar. A su lado vamos desentrañando cada uno de los pasos que da, sin adivinar lo que piensa, qué hará o hacia dónde se enfilan sus razones.
La secuencia inicial es apremiante, inagotable, con un larguísimo plano secuencia, desde que el hombre se introduce en una escuela, con tranquilidad, sin ameritar sospecha, sus fulminantes evoluciones, la evasión, su trote.
Surcado el escollo, Fendrik pasa a una edición atropellada, conmina el tiempo real. El operar del hombre asevera su metódico plan, que está al tanto de la pagaduría, de la caja en que se almacenan los billetes, de las calles, de la vigilancia.
El sesgo accidental de una quemadura le atasca, la fluctuación es perceptible en el sudor, en su mirada, la expedita disposición. Fendrik coteja cómo esa pausa no le paraliza.
Pero el hombre es competente, procede con su plan. Su osadía es determinante. No hay paso atrás. El plano secuencia y la cámara en mano, siempre con él, habilitan ver lo que mira, estar al pendiente de su calma, su inspeccionar.
Si el primer golpe nos pilla, el segundo suena insostenible, con la espera, el vigilante, las preguntas, la intrusión de un tipo. Fendrik aguanta los planos para mayor desasosiego. Encuadra al hombre en un laberinto, de donde la escapatoria es jadeante.
El personaje de la mesera (Bárbara Lombardo) aprieta con su reaparición, en la sospecha, de lo que capta. Una vez más Fendrik modula, acelera, conecta planos cercanos, rompe, para dar cuenta de lo precavido del hombre.
Una vuelta, literal, dentro de un taxi, con el hombre en primer plano, es apremiante, con las indicaciones, “a la izquierda., a la izquierda…, a la izquierda”. Fendrik accede en humanismo a su protagonista. Le calma. Le contiene. Pero eso no le desvía. A la vez hay exacerbación y contrición en el trato a la mesera, en el forcejeo, en su fijación.
Es entonces cuando el realizador Pablo Fendrik, surte la última estacada: de ver a qué se dedica el hombre, cuál es su trabajo, de dónde nacen sus fundamentos, su posible escarmiento a escuela, padres, sociedad, niños; su encierro y penitencias rutinarias.
El asaltante, la ópera prima de Pablo Fendrik, tuvo su premiere en México en la Cineteca Nacional, donde también se presenta La sangre brota.
El asaltante, a distressful and overflowing exercise
By Leopoldo Villarello Cervantes
El asaltante (2007, Pablo Fendrik) is a distressful and overflowing exercise that summarized a harsh day journey in the vicissitudes of a man; any day in his daily affairs. A tour de forcé for actor Arturo Goetz, who appears in almost all the sequences of the film, constantly followed by the camera, which contributes even more to convulse his actions and behavior.
Argentinean filmmaker Pablo Fendrik, who presented in the last Foro de la Cineteca (Forum of the film library) his second feature film, La sangre brota (2008), escorts a man in El asaltante without losing grip of him, attentive to his breathing. We walk by his side, unraveling each of his steps, without foretelling his thoughts, his acts or the direction of his reasons. The initial sequence is compulsive, inexhaustible, with a very long sequence shot, from the moment when the man enters a school, calmly, without causing suspicion, his fulminating advance, the evasion, his trot. Once the difficulty is surmounted, Fendrik changes to a hurried editing, he presses real time. The man’s operations assert his methodical plan, attentive to the pay office, the cash register where bills are stored, the streets, the surveillance. The accidental turn of a burn blocks him, the fluctuation is noticeable in the sweat, his look, the expedite determination. Fendrik contrasts how the man is not paralyzed by this pause.
The man is competent; he proceeds according to his plan. His boldness is decisive. There is no stepping back. The sequence shot and camera in hand, always with him, allow us to see what he looks at, to be pending on his calm, his inspecting.
We are caught by the first blow, but the second one is unsustainable, the wait, the questions, the survailant, the intrusion of a guy. Fendrik holds the shots for more anxiety. He frames the man in a labyrinth from which the escape is gasping. The character of the waitress (Bárbara Lombardo) presses with her reappearance, with what she grasps from her suspicion. Once more, Fendrik modulates, accelerates, and connects close shots, breaks, in order to give an account of the man’s precaution. A literal turn, inside a taxi, with a close up of the man, is compelling, with the instructions, “to the left, to the left… to the left”. Fendrik consents in humanism to the leading character. He soothes him, contains him. But this does not detour him. At the same time there is exacerbation and contrition in the treatment to the waitress, in the struggling, in the obsession it is at that moment when filmmaker Pablo Fendrik, supplies his last palisade: to see what the man does for a living, what his job is, what the origin of his reasons is, his possible punishment to schools, parents, society, children; his confinement and habitual penance.
El asaltante, Pablo Fendrik author’s first work, premiered in Mexico in the Cineteca Nacional, where La sangre brota was also presented.
(Fuente: Filmeweb No. 111)