¿Por qué el cine latinoamericano insiste en la tiranía de lo textual, en el peso de lo argumental, en la heredad literaria, para definirse? ¿Por qué no usa in extenso más a menudo las cualidades puramente cinematográficas de espacialidad y temporalidad con las cuales crear el ritmo, la coloración, la cadencia propia de una cultura que se expresa a través de muy diferentes tonalidades?

A vía láctea, segunda película de la brasileña Lina Chamie, explora esos derroteros. La crítica ha insistido en que se trata de una obra que utiliza el espacio de la ciudad de Sao Paulo para construir un relato asentado en las gamas de color, la temperatura de luz y el ritmo indivisible de una historia que se expresa antes en estados emocionales que en acciones físicas. Eso que al cine y su cualidad puramente figurativa resulta tan difícil transferir.

La película de Chamie, que fuera la primera cinta latinoamericana en ser vista durante la Semana de la Crítica de la última edición del Festival de Cannes, se inicia con la violenta ruptura amorosa de una pareja. Heitor, escritor y profesor de literatura, y su novia Julia, veterinaria, discuten enérgicamente a través del teléfono. Ella le comunica que rompe su relación de años y cuelga; él toma su auto y se lanza a su encuentro a través de la megaciudad y un tráfico frenético. Los recuerdos y evocaciones del hombre se mezclan con las sucesivas atmósferas de la urbe, y sus estados de ánimo, amor, duda y desesperación, matizan el entorno. La noche se adensa y enlentece en los embotellamientos, se diluye en los halos fantasmagóricos del alumbrado, mientras composiciones de Schubert y Mozart, mezcladas con los ruidos urbanos, van tejiendo un diálogo de los personajes consigo mismos y con sus deseos.

“Viaje interior”, así califica la directora su película. Y agrega: “El cine nos proporciona una cosa mágica: poder contar una historia de manera que se puedan seguir los sentimientos interiores y no los acontecimientos exteriores.” En A vía láctea el marco externo es apenas aquello que contiene al resto de los mundos que interesa explorar. Y en esa dirección la música es un elemento decisivo.

Lina Chamie llegó al cine a través de la música. O al revés. Cuenta que, con apenas diez años, la experiencia de ver 2001 Odisea espacial le provocó el primer llanto de emoción del que guarde memoria. “El uso de la música como aliada en todo el cine de Kubrick –cuenta- es primoroso, pues la emplea de una manera tan elocuente, tan discursiva, no como refuerzo del sentimiento de un personaje o de una situación; es una música que dialoga con la película.”

Más adelante, Muerte en Venecia y el uso que de Mahler hace Visconti la convencieron de estudiar música. Así se hizo clarinetista. Luego vivió 14 años en Nueva York y, además de hacerse con una maestría en música del Conservatorio de Manhattan, trabajó en el Departamento de Cine de New York University. De regreso a Brasil, y sin proponérselo del todo, fue metiéndose en el mundo del cine, hasta que acabó realizando su ópera prima Tônica Dominante, que tiene por centro a un clarinetista en busca de la inspiración. “De cierta forma –resume-, lo que me llevó a la música fue el cine, y el cine estaba en mí desde el comienzo. Tônica Dominante es una película de amor al cine y a la música.”

De manera que la madurez hizo que Lina encontrara en ambos lenguajes artísticos las continuidades que hacen que su cine sea tan especial. "Ambas formas de expresión suceden en el tiempo, y dependen del tiempo para existir. Yo uso el tiempo de una manera bien diferente al 99% del cine actual, que trata de manipular el tiempo con rapidez. El cine tiene mucho de cuestión de pulso, de cómo sucede en el tiempo, dependiendo de la narrativa y de la manipulación del tiempo en la narrativa."

A este tiempo interior llega la directora en A vía láctea a través del singular tratamiento sonoro-visual con que construye la arquitectura de su relato, donde lo segundo está bien trenzado con lo primero. Por una parte, la plasticidad degradada que obtiene gracias a la fotografía en mini-DV, que además introduce un ritmo ágil y una cualidad de visualidad ininterrumpida (ello, para el 80% del metraje, pues el resto se hizo en fílmico, parte 35 parte 16 mm). Semejante opción técnica, dice Chamie, “generó un lenguaje. La cámara roba momentos sin interferencia, como si la ciudad pudiese hablar por sí misma. El filme se esparce por la ciudad y tiene un destino, que es la tentativa de llegar a un punto de descanso."

A vía láctea es una película que explora las vastas posibilidades del lenguaje cinematográfico casi en su estado puro, prácticamente renunciando a los diálogos y al peso de la textualidad. Su narrativa de la imagen que se hermana con la narrativa del sonido y con el poder evocador de la música, encuentra en sus intérpretes la sutileza de expresar desde el silencio, casi desde la inexpresividad. Alice Braga (Ciudad de Dios, Ciudad Baja), a quien Chamie califica como “una actriz que trabaja el sentimiento”, y Marco Ricca (El mayor amor del mundo, El invasor), “un actor muy intelectual”; fueron las opciones de la directora para encarnar a la pareja que lucha por su amor.

Con esta propuesta, el cine brasileño encantó en la Riviera francesa. El mundo que fue capaz de crear hizo decir a Jean-Christophe Berjon, delegado general de la Semana de la Crítica, que se trataba “un filme totalmente diferente de cualquier otro, un fuego de artificio cinematográfico que puede desconcertar al espectador, pero también entusiasmarlo."