El cine argentino ha puesto su mirada en los entresijos del despertar sexual y lo ha hecho convincentemente. El ultimo verano de La Boyita, película dirigida por Julia Solomonoff, evita artilugios narrativos y apuesta a la credibilidad que en esta pequeña gran historia está garantizada por la solidez de un guión atrayente, la espontaneidad de sus personajes y la sutileza de una mirada que no emite juicios.
Un caluroso verano entrerriano de principio de los 80 nos sitúa de manera precisa. Solomonoff elige un paisaje bucólico y lo describe utilizando la quietud y el silencio como herramientas con las que irá construyendo la historia de Jorgelina, una niña que mediante la curiosidad, e impulsada por el rechazo de su hermana mayor que ha crecido y ya no comparte su tiempo con ella, irá descubriendo los secretos de eso a lo que en voz baja llaman “el asunto”. Durante esos días, alejada de su hermana que veranea en la playa junto a su madre, Jorgelina pasará las horas revisando un viejo libro de medicina, propiedad de su padre, con el que intentará mitigar la curiosidad que el cuerpo femenino y lo inherente a la sexualidad despierta en ella.
En esa cotidianidad rural, el verano de Jorgelina transcurre entre cabalgatas, chapuzones y una singular observación de todo cuanto la rodea. Desde su boyita (casilla rodante instalada en el jardín de la vivienda en donde pasará sus vacaciones), Jorgelina contempla el ritmo de las horas y espera con ansiedad el reencuentro con Mario, un peón adolescente que desempeña tareas en el campo de su padre y a quien la niña profesa especial afecto. Esta amistad, descripta mediante potentes imágenes que resaltan las miradas y los gestos espontáneos de Jorgelina y Mario, se contrasta con la vida dura y silenciosa de los adultos que, mitad por ignorancia y otra mitad por prejuicios, no pueden o no quieren ver la realidad que el filme nos irá revelando.
La mirada de Julia Solomonoff es certera. No contempla mayores recursos para lograr una bellísima película interpretada de manera admirable. La credibilidad de Jorgelina (Guadalupe Alonso) y Mario (Nicolás Treise), es apenas uno de los méritos de la directora argentina que ya en 2005 había sorprendido a la crítica con Hermanas. La presencia de la actriz uruguaya Mirella Pascual es también un acierto. Su personaje, Elba, madre de Mario, es fundamental para marcar con mayor contundencia el drama que se esconde en El último verano de La Boyita, una película transparente y sencilla, una clara muestra de buen cine latinoamericano.