“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Una patraña sobre la solidaridad y la fuerza de las ideas
    Por Edualter

    Sergio Cabrera define La estrategia del caracol como una patraña sobre el sentido de la libertad y la solidaridad humanas. Convencido de que el cine tiene en sus manos la posibilidad de ayudar a rescatar el concepto de lo romántico —"el cine puede ayudar a acariciar la utopía" dice el director— Cabrera cree en la posibilidad de conseguir un mundo mejor y más justo, en la esperanza del trabajo conjunto de las personas por un objetivo común.

    No se trata de una utopía absurda, de un deseo imposible que se agota en sí mismo. Al adoptar la forma de una patraña, La estrategia del caracol no juega ninguna otra carta que no sea la de la alegría de vivir, dando un tono optimista a la visión de la pobreza en el Tercero Mundo y confiriendo una capa desmitificadora y de un profundo sentido del humor a los discursos sobre el cambio social y las luchas de clases.

    La historia de la película, de hecho, se reduce a una mera anécdota argumental de carácter inverosímil y exagerado, próxima al universo del "realismo mágico" tan característico de la literatura y también del cine de Latinoamérica. La imposibilidad que los inquilinos de una casa puedan trasladarla pieza por pieza, mueble por mueble, pared por pared, en unos pocos días (ni con tres meses ni con un año) es subrayada al primer envite, al inicio del film: uno de los protagonistas del desalojo, Gustavo Calle, un culebrero, incansable y brillante contador de historias no necesariamente verídicas, explica la historia de La estrategia del caracol seis años tras los hechos, durante otro desalojo.

    La película adopta de este modo una estructura de flash-back, de viaje al pasado, que convierte la historia y a sus protagonistas en un mito, en una clase de leyenda teñida de la más genuina épica popular. Sergio Cabrera lo explica en el press-book del film: "Un grupo de cien personas no se puede llevar una casa en un mes, ni en tres meses ni en un año, y todavía menos con una grúa. La película está hecha de tal modo que esto parezca posible. Esta es una de las razones por las cuales decidí utilizar el personaje del narrador, que es un culebrero, un hombre que tiene fantasías. Él es quien explica la historia y nosotros vemos lo que explica pero la historia no tiene por qué ser exactamente real".

    El director utiliza este recurso narrativo para dotar a la película de un fuerte carácter simbólico: en seis años, nada ha cambiado, las condiciones de vida en la ciudad de Bogotá (y cualquier otra ciudad del mundo) siguen siendo tanto o más duras que antes y los desalojos continúan. Este enfoque hiperbólico juega siempre a favor de la película, que en ningún momento pierde de vista su estrecha vinculación con la realidad colombiana, planteando temas de grande importancia social como las duras condiciones de vida de las grandes ciudades, divididas en barrios ricos y pobres, zonas ricas e industrializadas y zonas subdesarrolladas, o la supeditación del poder a los más oscuros intereses de la economía capitalista.

    El argumento, de hecho, está inspirado en una noticia aparecida en un diario de Colombia: la burocracia y la justicia colombianas van a tardar tanto tiempo en efectuar el desalojo de un inmueble que cuando el juez llegó descubrieron que la casa ya no existía, que hacía tiempo que se había hundido. A partir de esta idea, el director y el guionista Humberto Dorado construyen y articulan un mosaico de personajes de diferentes clases sociales, ideologías e ideas políticas que, por su riqueza y profunda humanidad, se constituyen en representaciones simbólicas perfectamente extrapolables a cualquier otra época y sitio del mundo. El conjunto de los arrendatarios de la casa desahuciada se convierte así, no sólo en un microcosmos que reproduce la problemática social y política real de Bogotà, sino también la de otros ciudades, latinoamericanas o no, afectadas por reformas urbanas de las zonas antiguas.

    En medio de este universo de personajes destaca de manera especial el viejo anarquista español Don Jacinto (interpretado por Fausto Cabrera, padre del director), que guarda la bandera de la CNT y tiene un cuadro del dirigente anarquista español Durruti colgado en la habitación de su piso. La escena en que canta "A las barricadas" arriba de la grúa de madera construida en el interior del patio es uno de los momentos claves del film, visualización brillante de la vigencia y la necesidad de las ideas.

    Para Don Jacinto primero, y después por el resto de los protagonistas, siempre hay cosas por las que luchar y la esperanza no se tiene que perder nunca. La fuerza y las ganas de vivir que transmiten todos los inquilinos del edificio es, precisamente, el elemento alrededor del cual gira toda la película: la ilusión de los personajes, situados en todo momento por encima de las duras condiciones de vida que tienen que soportar, contribuye a hacer verosímil y creíble la surrealista estrategia que deciden llevar a cabo, consiguiendo la total identificación de los espectadores con su causa.

    La gran variedad y riqueza de los matices que definen los vecinos del edificio que tiene que ser desalojado, contrasta de manera brutal con la visión oscura y triste de la burocracia y las autoridades, simples instrumentos del poder económico atrapados en el pozo de la corrupción y la falta de escrúpulos; el ingenio y el arte de vivir de los inquilinos, igualmente, contrasta de manera brutal con la violencia, la intolerancia y los comportamientos agresivos imperantes en buena parte de la sociedad; la inutilidad de las armas y de cualquier enfrentamiento violento es mostrado por el director en la primera escena de la película, de un dramatismo terrible, con la muerte de una niña pequeña durante los enfrentamientos entre la policía y un grupo de inquilinos que han construido barricadas y se han armado con pistolas y escopetas para impedir un desalojo.

    En este sentido, el mensaje de la película no puede ser más claro: más allá del carácter simple y sencillo de la historia y de la aparente inutilidad de la estrategia pacífica y alegre de los vecinos, La estrategia del caracol es un canto a la vida, al honor y a la dignidad. La fe y la esperanza pueden mover montañas y los pasos pequeños e insignificantes —los pasos de un caracol— son los más importantes. La delirante peripecia de los inquilinos, además, guarda una cierta relación con el proceso de gestación de la película, que tardó cuatro años en ser completada satisfactoriamente por multitud de problemas económicos. Algunos miembros del equipo técnico, como el guionista Humberto Dorado, interpretan pequeños papeles en la película, y el actor Frank Ramírez también participó en algunas de las fases de la elaboración del guión.

    Tomado de www.edualter.org



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