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El documental cubano desde sus orígenes hasta nuestros días.
Naito López, Mario (1948 - )
Título: El documental cubano desde sus orígenes hasta nuestros días. (Ensayos)

Autor(es): Mario Naito López

Idioma: Español

Formato: Digital

Del mismo modo en que la primera película de la historia del cine fue un documental —un filme de los hermanos Lumière—, la primera cinta cubana ostentó también esta categoría genérica. En fecha tan temprana como el 7 de febrero de 1897, a dos escasas semanas de la función inaugural del cinematógrafo en Cuba, el francés Gabriel Veyre, quien lo introdujo aquí después de haber arribado de México, rodó un ejercicio del cuerpo de bomberos del Comercio de La Habana, a petición de la actriz española María Tubau, quien se encontraba actuando en el Teatro Tacón con su compañía de teatro. Dicha representación filmada se conoció con el título de Simulacro de incendio y tenía un minuto de duración. Este material, como casi todos los documentales del período silente, se perdió al no existir en aquella época una preocupación permanente por su conservación. Al año siguiente, al actor cubano José E. Casasús le correspondió la fortuna de realizar nuestro primer corto publicitario: El brujo desapareciendo, que estuvo dedicado a servir de propaganda a una firma cervecera. Una copia de este se envió a los hermanos Lumière, y otra a Thomas A. Edison. En esta pequeña película colaboró con Casasús un muchacho de quince años de edad llamado Enrique Díaz Quesada, que luego se convertiría en la figura más relevante del cine cubano en la etapa muda. Entre 1906 y 1915, Díaz Quesada fue el principal realizador de documentales en nuestro país. La primera de sus obras, El parque de Palatino (1906), es la muestra más antigua que se conserva de una película cubana, así como la única existente en los archivos, de todas las cintas rodadas por este pionero del cine nacional. Desde inicios del siglo XX hasta mayo de 1923 en que fallece, Díaz Quesada luchó tenazmente por impulsar la producción cinematográfica en Cuba. Un fuego que tuvo lugar poco después de su muerte destruyó prácticamente casi todos los negativos de su obra. Entre los filmes rodados por él figuran La Habana en agosto de 1906, La salida de palacio de Don Tomás Estrada Palma, Un turista en La Habana, Un cabildo en Ña Romualda, Los festejos de la Caridad en Camagüey, Toma de posesión de José Miguel Gómez, Salida de Mr. Magoon de Cuba, Los funerales de Morúa Delgado, Los cruceros Cuba y Patria entrando en el puerto de La Habana, Vuelo del aviador McCurdy sobre La Habana, Salida de tropas hacia Santiago de Cuba durante la guerra racista, El epílogo del Maine, Industria de la caña de azúcar, Los carnavales de Cienfuegos, Toma de posesión del general Menocal e Inauguración de la estatua del general Maceo. Como se observa, en sus inicios, el documental tuvo una función principalmente de carácter testimonial, donde se recogían algunos de los sucesos políticos, sociales, históricos o culturales, significativos de la época, aunque también ejerció un papel promocional o divulgativo. El propio Díaz Quesada realiza, en 1910, un trabajo de publicidad: El sueño de un estudiante de farmacia, en el que se muestran distintos departamentos de la antigua Droguería Sarrá, y dos años más tarde, Festival infantil de Bohemia, un reportaje sobre una distribución de juguetes organizada por dicha publicación para los niños habaneros. En 1915, el llamado «padre de la cinematografía cubana» captó en celuloide la pelea de boxeo entre Jess Willard y Jack Johnson, que tanto diera que hablar en su tiempo. Un lustro después rodará Cómo se hace un periódico, que además de mostrar el proceso de edición de un diario anunciaba el concurso del periódico La noche, para elegir al artista más popular del momento. Ya 1920 se edita un primer noticiero silente, Suprem Film, que contenía noticias sobre la alta sociedad y anuncios comerciales. Su realizador era Juan Valdés y en él colaboraba el cronista social Enrique Fontanills. Su frecuencia era esporádica. Además de este intento de noticiario, existieron otros de la etapa muda como las Actualidades Habaneras, de Jorge Piñeyro, Salvador Cancio (Saviur) y Rogelio Pujol, en colaboración con el periódico La Prensa; el Noticiero OK —que también editó Juan Valdés—; el Noticiero Santiagueras —más bien una revista cinematográfica—; y el Noticiero Liberty, pero solo este último continuó en el período sonoro, aunque con ediciones ocasionales. De la segunda mitad de la década de 1910 se tiene conocimiento de otros documentales, de los cuales tampoco se conservan copias ni se conocen los nombres de sus realizadores. Entre estos se sabe de títulos como Convulsión liberal en Oriente, Cuba en la guerra, La manifestación en honor de Estados Unidos, Las regatas de Varadero y El soldado de Cuba. Entre los materiales del género, de determinada importancia, en la década de los años veinte, pueden citarse: La llegada del Alfonso XIII, un corto publicitario del refresco Orange Crush, Las regatas de Cienfuegos, Camagüey histórico y legendario —de Anselmo Lazcano—, dos reportajes sobre el ciclón de 1926 —uno de Manuel Andréu y otro de Abelardo Domingo— ¿Cuál es la cubana de los ojos más lindos? —de Ernesto Gallardo— (divulgador de un concurso publicitario auspiciado por la revista Bohemia, para escoger a la criolla de los ojos más bellos).(1) El gobierno del general Gerardo Machado creó en 1925 un departamento de cinematografía, adscrito a la Secretaría de Obras Públicas, que filmó miles de pies de películas de carácter propagandístico. Su director fue Manuel Martínez Illas, realizador de documentales que había debutado en 1906 rodando el corto Cine y azúcar, para la Manatí Sugar Company. Parte de este metraje está archivado en las bóvedas de la Cinemateca de Cuba, el cual había sido añadido en los años cincuenta noticieros de esa época. Para realizar la primera demostración de cine sonoro en Cuba, el inventor norteamericano Lee De Forest viajó en febrero de 1926 a nuestro país con sus equipos de filmación. Como se menciona en el artículo de Ma. Eulalia Douglas «El largo camino del silente hacia el sonoro» en la sección Memoria de este número el gobierno del general Machado financió un documental con el propósito anterior. Lamentablemente no se conserva copia de este material. Sin embargo, del primer experimento de cine sonoro realizado en Cuba por técnicos cubanos, que data de 1932, Un rollo Movietone sí se guarda constancia. Arturo del Barrio, Antonio Perdices y Ramón Peón habían fundado, en 1929, la BPP Pictures que además de algunos largometrajes de ficción produjeron una serie de documentales conocidos con el nombre genérico de Conozca a Cuba. En los archivos de la Cinemateca se conserva una copia del no. 5 de los materiales de esta serie, realizado por Max Tosquella, en el cual se recoge la inauguración del pabellón García Tuñón en la antigua Quinta de Dependientes, hoy Diez de Octubre; también se guarda otro título de la serie referente al bojeo del buque escuela Patria por las costas de Cuba, que también dirigió el mismo Tosquella. La BPP Pictures realizó otros documentales como Varona Suárez y el baile de las naciones y La última jornada del Titán de Bronce, ambos de 1930, de los cuales se conservan copias. En 1932, Max Tosquella rueda propiamente el primer cortometraje sonoro, Maracas y bongó, con música de Eliseo Grenet, aunque este tiene una trama de ficción. Como en los primeros años treinta se mantienen los efectos de la crisis económica de 1929 y resulta complicado aún propiciar rápidamente los cambios tecnológicos para asumir el cine sonoro, todavía fueron realizados algunos documentales mudos en este período como el referente al terremoto de Santiago de Cuba, en 1932, y La epopeya revolucionaria cubana y Una página de gloria. Vuelo Sevilla-Habana, ambos de 1933. Durante la república neocolonial numerosas empresas e individuos se vincularon al negocio de la producción de documentales y cortometrajes, pero muy pocos lograron subsistir durante un período razonable. Entre ese privilegiado grupo figuró Manolo Alonso, dibujante, administrador de cines, periodista, y sobre todo gran negociante, quien logró monopolizar desde principios de los años cuarenta hasta 1950 la producción de noticieros, además de realizar documentales, comerciales y dedicarse a la exhibición. Comerciantes, políticos, el gobierno mismo, utilizaban fundamentalmente el cine como medio de propaganda. Las empresas de los noticiarios incursionaron también en el género documental y produjeron cortos que a veces denominaban con nombres genéricos: Miniaturas Royal —serie de tipo turístico y didáctico inaugurada por Luis Ricardo Molina, editor del reportaje La tragedia de Cali (1937), perteneciente al Noticiero Royal News—, Verdades increíbles, entre otros. Documental Historia de un BalletAl comenzarse a incorporar el sonido al celuloide aparecen los primeros cortometrajes musicales: El frutero (1933) y Como el arrullo de palmas (1936), de Ernesto Caparrós, inspirados en la música del compositor Ernesto Lecuona, como refiere también Ma. Eulalia Douglas en su texto. Lamentablemente no se han podido localizar copias de estas obras. En 1938, el propio Caparrós realiza Tam-Tam o El origen de la rumba, que muestra el desarrollo de este baile afrocubano desde la época de la esclavitud hasta el año de su producción. Es en este mismo año en que el Partido Socialista Popular, de orientación comunista, funda la Cuba Sono Film, la cual a través de Luis Álvarez Tabío y el operador José Tabío realiza numerosos noticieros y documentales. Esta institución fílmica, que se mantuvo hasta 1948, plasmó en imágenes la historia del movimiento obrero y sindical cubano de esos años, además de denuncias y valiosos testimonios de la realidad del país, pero el material se ha perdido en su casi totalidad. Entre los documentales militantes iniciales pueden citarse títulos como Acto a Castelao, Gran manifestación de septiembre de 1938, Toma de posesión del Comité Nacional del Partido Comunista, Asamblea Juvenil por la Constituyente, Constitución de la CTC, Gran manifestación del 20 de agosto de 1939, La Jata: intento de desalojo en Guanabacoa, Llegada de combatientes internacionalistas cubanos, Por un Cerro mejor, Talleres para Hoy. Entre los cortometrajes de finales de los años treinta, aparte de los materiales sensacionalistas que los noticieros recogían, se rodaban reportajes especiales sobre sucesos deportivos como La pelea de Kid Chocolate y Fillo Echevarría, producido por Jorge Piñeyro, o sobre la crónica roja como El caso de Margot García Maldonado, de Leo Aníbal Rubens. En el panorama de los años de la Segunda Guerra Mundial junto a documentales de la Cuba Sono Films como Escuelas del Ecuador, Manzanillo: un pueblo alcalde, El desalojo de Hato del Estero (con textos de Nicolás Guillén y musicalización de Alejo Carpentier), Azúcar amargo, La lucha del pueblo cubano contra el nazismo, ¡A trabajar para el pueblo!, Los carboneros de la ciénaga, sur de Batabanó y Yaguajay, Un pueblo alcalde, coexisten cortos musicales como Mis cinco hijos y Ritmos de Cuba, ambos de Ernesto Caparrós, el primero patrocinado por la Cerveza Polar; Embrujo del fandango, con Carmen Amaya y su conjunto de bailes flamencos, producido por la Compañía Cinematográfica Cubana, y Flor de Yumurí, con Esther Borja, ambos de Jean Angelo; Ritmo de maracas, de Antonio Jiménez Armengol —el primero de los documentales de Producciones Cubanas, S.A., fundada por este último y Enrique Crucet, realizador años más tarde de La ruta de Martí—, y Amor en kilociclos, de Manolo Alonso, con Rosita Fornés y René Cabel. Otros realizadores de documentales de esa época fueron José A. Sarol (Su majestad el ladrillo, 1940; Camagüey, 1944; Los parques de La Habana —aparentemente el primer filme en colores revelado en Cuba mediante el sistema Ansco Color—, 1944; Santiago heroico y sentimental, 1946); Enrique Bravo (El caso Oriente, 1942), quien había sido fotógrafo de El crimen de la descuartizada (1939), cortometraje de la serie amarilla La Noticia del Día, fundada por Jorge Piñeyro y Manolo Alonso, apéndice del Noticiario Cinematográfico Cubano CMQ-El Crisol; Aurelio Lagunas (Cienfuegos, la perla del Sur, 1942); El lenguaje de las flores y Palmares, 1944; Víctor Reyes (El diablo fugitivo, 1944); José Antonio García Cuenca (Isla del Tesoro, rodado en los años cuarenta); César Cruz (Ahí viene la conga, 1946); Alberto G. Montes (Borrando huellas de otras épocas, Construyendo nidos de esperanza, Distancias fáciles, Nace un futuro, todos de 1946, casi todos propagandísticos por encargo del gobierno de Grau San Martín); Bebo Alonso, camarógrafo hermano de Manolo (Prensa, baluarte de la libertad —premio nacional Juan Gualberto Gómez—, 1946, aparentemente también en función de propaganda); Bernabé (Bebo) Muñiz (La historia íntima de cayo Confites —premio al mejor documental bélico otorgado por la Federación de Redactores Cinematográficos y teatrales—, 1947). En la segunda mitad de la década del cuarenta la Cuba Sono Films produce, entre otros documentales, Un héroe del pueblo español: José Gómez Gayoso, Realengo 18, Ventas de Casanova, Los precaristas de la hacienda Sevilla, y Funerales de Jesús Menéndez, siendo esta la última de sus realizaciones. En el período sonoro hasta 1959, se fundaron unos veinticinco noticieros, incluidos los que se editaron en el interior de la Isla. Al fusionarse algunos de ellos con diversas empresas —radio-emisoras, periodísticas, industriales— o entre sí, adaptaban nuevos nombres, pero mantenían los mismos editores y lineamientos. Entre el ochenta y cinco y el noventa por ciento de los noticieros que se creaban, desaparecían en corto tiempo. El Royal News, de Luis Ricardo Molina, y los de Manolo Alonso, Nacional y América —en sus frecuentes y variables asociaciones con otras empresas— fueron los únicos que lograron mantenerse a través de los años. Más tarde les siguieron Cineperiódico, de José Guerra Alemán, y Noticuba, de Eduardo Hernández (Guayo), que logró realizar un reportaje sobre la lucha guerrillera revolucionaria de Fidel Castro en las montañas de la Sierra Maestra. Estos últimos cuatro eran los únicos que aún se editaban al terminar el año 1958. Los noticieros más importantes subsistían, mayormente, por las prebendas, comisiones del gobierno y «contribuciones» de grandes empresas de servicio público, que pagaban mensualidades para evitar críticas o denuncias públicas. Asimismo se utilizaban a conveniencia para propaganda política, crónica social, etcétera. Una característica de los noticiarios cubanos fue agregarle un segmento, casi siempre de corte humorístico, patrocinado por alguna firma comercial para atraer la atención del público. Por ejemplo, Cine Revista, de los años cincuenta, con unos diez minutos de duración, contenía breves documentales, notas deportivas y sociales, modas, y una selección de chistes. De toda esta tendencia publicitaria, por supuesto, estuvo libre el Noticiero Gráfico Sono Film, auspiciado por el Partido Socialista Popular en los años cuarenta. Los documentales de la década de los años cincuenta, en su mayoría, se caracterizaron predominantemente por su espíritu propagandístico, incluyendo a menudo una función turística o comercial. Manolo Alonso, además de haber realizado dos de los largometrajes de ficción más significativos del cine cubano de esa época: Siete muertes a plazo fijo y Casta de roble, y de ser la personalidad rectora de los noticiarios de esos años, produjo o dirigió muchos de esos cortometrajes, entre ellos algunos interesantes como Milagro en el mar (1951) —premio de la Federación de Redactores Cinematográficos y Teatrales— y Virgen morena, patrona de Cuba (1952), pero tuvo el pecado capital de encomiar con frecuencia en varios de sus materiales al régimen del dictador Fulgencio Batista: Adelante, siempre adelante (1954-1955), Cambio de poderes (1955), Una nación en marcha (1957). Alberto G. Montes, fundador (en 1946) de la empresa Information Films se dedicó a filmar documentales mayormente por encargo: Industrias nacionales: el cemento (1950), Industrias nacionales: textil (1951), Feria Ganadera 1953, Cienfuegos turístico (1953), Bayamo M.N. (1955), El moderno San Rafael (1957), y en 1954 creó la Cuban Color Films Corp., con Jorge Cancio y George P. Quigley, dirigida a comerciales en colores. Otros nombres de documentalistas habituales de esos años fueron los de J. A. García Cuenca (Paraíso del deportista, 1954), Manuel de la Pedrosa (con algunos de sus cortos musicales como Del frufrú al mambo, Mambo en España, Rumba, todos de 1951), y Rogelio Caparrós (La metalurgia básica nacional, 1957; Tabaco rubio, 1958). José Guerra Alemán, de Cineperiódico, realiza entre otros documentales de interés Eva Perón, la dama de la esperanza (1952), reportaje con motivo de los funerales de la esposa y estrecha colaboradora del presidente argentino Juan Domingo Perón, y Haití, tierra de ensueño (1954) sobre el 150. Aniversario de la independencia de ese país. Eduardo Hernández (Guayo), en su época de integrante de Cineperiódico, filma Honor a las armas (1951), sobre la Escuela de Cadetes de Managua, que mereció el Premio Antillana de ese año; en 1958 haría historia con Sierra Maestra: baluarte de la Revolución Cubana, reportaje periodístico de la lucha guerrillera dirigida por el Comandante Fidel Castro, ya mencionado antes. Documental Por primera vezEntre los escasos intentos de realizar documentales con carácter de denuncia social en esos años se hallan Jocuma o el cabo de San Antonio (1955) y La cooperativa del hambre (1957), de José A. Sarol —el primero solo pudo ser estrenado en los cines después de 1959 y el segundo fue destruido por el gobierno de Batista cuando aún no tenía sonido, junto a toda la producción y equipamiento de la empresa Minicolor Films, fundada por el realizador en Guanabacoa en 1954—, y especialmente El Mégano, de corte neorrealista, sobre el trabajo y la vida miserable de los carboneros de la ciénaga de Zapata, en la costa sur de Cuba, realizado por Julio García-Espinosa con la colaboración de Tomás Gutiérrez Alea. Esta película, prohibida y ocupada por la policía batistiana, pero afortunadamente recuperada en una copia después del triunfo de la Revolución se considera el principal antecedente de un cine con conciencia social y artística manifiesta a partir de 1959. Desde los primeros días de enero de 1959 se evidenció la importancia que el nuevo gobierno revolucionario iba a confiar al cine, y concretamente al documental, con la creación de un departamento cinematográfico en la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde. Este embrión del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), organismo que se crearía dos meses más tarde, auspició la filmación de los cortometrajes Esta tierra nuestra, de Tomás Gutiérrez Alea, y La vivienda, de Julio García-Espinosa. Estos dos realizadores, integrantes desde muy jóvenes de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, y que con ayuda de Alfredo Guevara, futuro presidente del ICAIC, rodaran en 1955, El Mégano, brindaron un aporte trascendental en las labores de fundación de esta institución fílmica. Los primeros documentales producidos por el ICAIC dieron muestras de la nueva realidad social del país. Sexto aniversario, de Julio García-Espinosa, y Construcciones rurales, de Humberto Arenal, ambos de 1959, son ejemplos testimoniales notables de esta obra documental inicial. Siguiendo el postulado martiano «injértese en el tronco de nuestras repúblicas el mundo», el documental cubano, captando las vivencias y el sentir del pueblo, comenzó a reflejar en la pantalla la identidad de la nación, pero sin dejar de recoger los sucesos y hechos del mundo contemporáneo. Desde junio de 1960, el Noticiero ICAIC Latinoamericano se encargaría de narrar los principales acontecimientos que ocurrirían en el país y en el extranjero. Su fundador y animador, Santiago Álvarez, a quien la práctica creadora transformó, con los años, de aprendiz en maestro del celuloide, desplegó desde los primeros noticieros un estilo dinámico e innovador, que imprimió un sello de calidad inconfundible a los materiales de su tipo. El rasgo distintivo del estilo de Santiago radicó en su habilidad excepcional para sintetizar un mensaje por medio de la edición de fotogramas de muy diversas fuentes (fotografías, grabados, películas, reportajes televisivos) con el empleo efectivo de la banda sonora. Su línea artística, como la de Dziga Vertov en el cine soviético de los años veinte, estuvo muy influida por la improvisación ante las tareas de choque más disímiles que el país debió acometer en las difíciles condiciones de aquellos momentos. Sucesos tan trascendentales como la invasión mercenaria de Playa Girón, el azote del huracán Flora o la repercusión de la desaparición física del Guerrillero Heroico fueron recogidos por el Noticiero ICAIC en sus emisiones semanales correspondientes, que luego mediante montaje originaron documentales clásicos de Santiago Álvarez como Muerte al invasor (en colaboración con Tomás Gutiérrez Alea, 1961), Ciclón (1963) o Hasta la victoria siempre (1967) respectivamente. Now! (1965), tal vez el cortometraje más famoso de Santiago, para algunos antecedente del videoclip actual, apareció también como un noticiero en las salas cinematográficas cubanas. Estos títulos anteriores junto a Cerro Pelado (1966), Hanoi, martes 13 (1967), L.B.J. (1968) y 79 primaveras (1969), constituyen lo más relevante de la ejecutoria artística de nuestro cronista fílmico indiscutible sobre la lucha revolucionaria del pueblo cubano y la problemática tercermundista contemporáneas. No obstante, el fenómeno de la escuela documental cubana surgido en la llamada década prodigiosa de los sesenta no se limitó a la figura ya legendaria de Santiago. La riqueza temática y artística del género pudo apreciarse desde muy temprano a través de muchos títulos de otros realizadores: El negro (1960), de Eduardo Manet; Carnaval (1960), de Fausto Canel y Joe Massot; Ritmo de Cuba (1960), de Néstor Almendros; Y me hice maestro (1961), de Jorge Fraga; Historia de una batalla (1962) y Cuentos del Alhambra (1962), de Manuel Octavio Gómez; Colina Lenin (1962), de Alberto Roldán; Historia de un ballet (1962), primer documental que obtuviera la Paloma de Oro en el Festival de Leipzig, y Nuestra Olimpiada en La Habana (1968), de José Massip; Variaciones (1962), de Humberto Solás y Héctor Veitía; El parque (1963), de Fernando Villaverde; Gente de Moscú (1963), de Roberto Fandiño; Nosotros, la música (1964), de Rogelio París; Sobre Luis Gómez (1965), de Bernabé Hernández; Vaqueros del Cauto (1965) y El ring (1966), de Oscar L. Valdés; Hombres del cañaveral (1965), de Pastor Vega; La herrería de Sirique (1966), de Héctor Veitía; La muerte de Joe J. Jones (1966), de Sergio Giral, Por primera vez (1967) y Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú (1968), de Octavio Cortázar; En la otra isla (1968) y Una isla para Miguel (1968), de Sara Gómez; Hombres de Mal Tiempo (1968), de Alejandro Saderman; En un barrio viejo (1963), Ociel del Toa (1965) y Coffea Arábiga (1968), de Nicolás Guillén Landrián. Particularmente, Oscar L. Valdés, Sara Gómez, Guillén Landrián y Cortázar pudieran considerarse junto a Santiago Álvarez, la avanzada de todo este grupo de documentalistas. Sin embargo, podría enumerarse una relación más amplia de obras de estos y otros autores, rodadas durante los años sesenta, para integrar una antología de lo más significativo producido por el ICAIC a lo largo de toda su historia. La característica fundamental en la inspiración creativa de estos años fue la experimentación osada y desenfadada propia de los bisoños, frente al torbellino de las transformaciones económico-sociales cotidianas. A inicios de los sesenta, los cineastas del ICAIC tuvieron que aprender por sí mismos la técnica y el lenguaje cinematográficos. Como taller les sirvieron los cortos de la serie didáctica Enciclopedia Popular, dirigida por Octavio Cortázar, aparecidos entre 1961 y 1963. Pero también los jóvenes realizadores aprovecharon las experiencias de algunos visitantes y representantes ilustres de la documentalística universal contemporánea como Joris Ivens, Roman Karmen y Chris Marker, quienes vinieron a Cuba dispuestos a trabajar y a trasmitir sus enseñanzas. A finales de los años sesenta, empero, nuestros documentalistas ya habían demostrado que eran capaces de experimentar y aportar en el género, ya fuera el propósito conceptual de sus búsquedas la investigación del pasado o la indagación de la realidad cotidiana. La crítica internacional señala generalmente los sesenta como «la época de oro» del documental cubano por su ebullición imaginativa y espíritu creativo, apuntando que el género no ha vuelto después a alcanzar la dimensión artística de aquella etapa. Este juicio podría originar esquematismos, pues debe considerarse que los primeros años de todo movimiento cinematográfico guardan la frescura y el esplendor del descubrimiento. No puede exigirse a épocas posteriores los temas e inquietudes de un momento histórico específico, pues cada período tiene sus características. El único documental cubano realizado en los años sesenta que provocó un rechazo oficial en su tiempo fue P.M. (1960), de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, rodado en 16 mm al margen del ICAIC. Notablemente influido por el movimiento del Free Cinema inglés, este material se apartaba de los temas épicos ligados a las transformaciones revolucionarias que predominaban en el clima social de la época, abordando aspectos de la vida de los bares nocturnos que mostraban a gente solitaria y perdida en un mundo rutinario y monótono. La comisión de estudios y clasificación de películas prohibió la exhibición de dicho filme por considerarlo, en ese momento, nocivo a los intereses del pueblo cubano y su Revolución. Hoy día puede verse como un ejercicio estilístico de acercamiento a un universo marginal en cierto modo pintoresco. La Sección Fílmica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (ECIFAR), creada en diciembre de 1961, cuyo antecedente sería la Sección de Cine de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde surgida dos años antes, produciría a partir de la fecha citada filmes didácticos, documentales y el noticiero NOTIFAR. Aunque su producción está destinada esencialmente a las Fuerzas Armadas, muchos títulos son exhibidos por la televisión a través del programa Farvisión, en programas especiales de los cines y en festivales nacionales y extranjeros. En noviembre de 1968 se ofrece por primera vez al público en un cine comercial, el Rex Cinema, una semana de cine de temática militar y al año siguiente, el documental Y llegado el momento, de Abelardo Pláceres, recibe el premio especial en el Festival de Cine Militar de los Ejércitos Amigos, en Rumania. Entre los primeros largometrajes de esos estudios pueden citarse: Mundial 71 (1971), de Francisco Soto Acosta; Crónica de una visita (1972), de Roberto Velázquez; Marzo 13 (1973), de Jorge Fuentes y FAR Año XV (1973), de Romano Splinter. Otros documentales significativos posteriores son Canción de ayer y después (1977), de Danilo Lejardi; Polígonos (1977) y Hermanados en la hazaña (1980), de Eduardo de la Torre; Proa al futuro (1981), de Romano Splinter; Ayer, hoy y siempre (1982) y Obá-Ilú (1986), de Emilio Oscar Alcalde y España en el corazón (1982), de Belkis Vega. En diciembre de 1978 adoptarían ya el nombre de Estudios Cinematográficos y de Televisión de las FAR (ECITV-FAR) al incorporar la televisión a sus tareas. Años más tarde algunos materiales serían incluso galardonados en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, como es el caso de la serie documental Corresponsales de guerra (1987), de Belkis Vega. En 1972 se funda el Departamento de Cinematografía Educativa (CINED) de la Dirección de Medios de Enseñanza del MINED, que varios años después se convertiría en la empresa de películas y diapositivas didácticas de ese organismo. Dicha institución ha producido desde entonces documentales para el sistema nacional de enseñanza, que en ocasiones se han mostrado por la pequeña pantalla y han llegado a competir en festivales nacionales e internacionales. Ya en 1976, el documental El primer instrumento, de Luis Acevedo Fals, obtiene el máximo galardón en un festival de protección e higiene del trabajo de los antiguos países socialistas, y en el Primer Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (1979), concursa junto a este una amplia muestra de cortometrajes de esta entidad educacional: La poesía de Nicolás Guillén (1974) de Ambrosio Fornet, Quelonios (1975) de Francisco Fernández Conejero, Caña de azúcar (1978) de Santiago Prado, En peligro de extinción (1979) de Manuel Acosta Cao, Conociendo la naturaleza (1979) de Marcelo Fajardo, Crónica de una encuesta (1979) de Eddy Pérez Tent, La primera opción (1979) de Alberto Ortiz de Zárate, Sierra Maestra (1979) de Félix Villar. A los años setenta se ha hecho referencia como la «década gris» de la cultura cubana, a causa del estancamiento burocrático que afectó a muchas manifestaciones artísticas en ese lapso, aunque el ICAIC puede encontrarse entre las contadas instituciones que pudieron salvaguardarse de su efecto. Entre lo más relevante de la producción fílmica de los setenta, no puede desconocerse Muerte y vida en El Morrillo (1971), de Oscar Valdés, conjunción creativa del documental y la ficción, sobre los sucesos políticos ocurridos en Cuba desde el fin de la dictadura de Machado hasta la muerte del revolucionario Antonio Guiteras, que ayudaría a poner en boga entre nosotros a ese «género» denominado docudrama. Girón (1972), de Manuel Herrera, fue el primer largometraje que se apropió de ese estilo empleado ya por Saderman, en Hombres de Mal Tiempo (1968), que probablemente sirvió de inspiración a Manuel Octavio Gómez para su cinta de ficción La primera carga al machete (1969). Otros títulos loables del documental cubano de inicios de esta década son 1868-1968 (1970), de Bernabé Hernández, ¡Viva la República! (1972), de Pastor Vega, y Hablando del punto cubano (1972), de Octavio Cortázar. Con los años setenta, Santiago Álvarez se alejó de la línea experimental desarrollada en el decenio precedente, y comenzó a explotar más el largometraje documental de tema político-social sobre la lucha internacionalista contra el imperialismo y la reacción (De América soy hijo y a ella me debo, 1972; Y el cielo fue tomado por asalto, 1973; Los cuatro puentes, 1974), y también a reflejar más la solidaridad de Cuba hacia otros pueblos (La estampida, 1971; El tigre saltó y mató... pero morirá... morirá, 1973; El octubre de todos, 1977). Otros realizadores emplearon el género para vitorear la obra social de la Revolución, en sectores como la construcción o la educación, como Rogelio París, en No tenemos derecho a esperar (1972) y Jorge Fraga en La nueva escuela (1973) respectivamente. Directores experimentados en el cine de ficción como Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea y Julio García-Espinosa se decidieron también eventualmente en esta década a retornar al documental: Solás rodó dos obras estimables Simparelé (1974) y Wifredo Lam (1979), Titón entregó un ejemplar cortometraje de siete minutos, El arte del tabaco (1974) y García-Espinosa brindó un testimonio crítico sobre los crímenes de guerra yanquis en Viet Nam en Tercer mundo, tercera guerra mundial (1970). El largometraje documental más significativo de este período fue 55 hermanos (1978), de Jesús Díaz, acerca de la primera visita a Cuba de la Brigada Antonio Maceo, formada por jóvenes que fueron sacados del país por sus padres, cuando eran niños, en los primeros años de la Revolución, asunto abordado con profunda sensibilidad y emoción. En la década de los setenta aparecen los primeros cortometrajes de algunos de los directores debutantes del cine de ficción de los ochenta y se afianzan como documentalistas algunos que habían realizado sus pininos en los sesenta. Juan Carlos Tabío filma un didáctico Bagazo (1970), seleccionado por los críticos entre lo más significativo de ese año. Luis Felipe Bernaza, con su jocoso estilo característico, presenta Golpe por golpe (1974) y El piropo (1978). Orlando Rojas, con su penetrante sentido artístico rueda Día tras día (1977) y Viento del pueblo (1978). Rolando Díaz, con su innegable carácter populista, acierta en el blanco con Redonda y viene en caja cuadrada (1979). Constante Diego, poseedor de un proverbial conocimiento del diseño y la gráfica, entrega Las parrandas (1977) y Carteles son cantares (1979). Fernando Pérez, muestra en Siembro viento en mi ciudad (1978), sobre Chico Buarque de Hollanda, mayor rigor profesional y alcance que sus colegas en otros documentales sobre algunas figuras contemporáneas del canto que aparecieron en varios materiales fílmicos de los setenta. Daniel Díaz Torres se agregaría a este grupo, a inicios de los ochenta, con dos cortometrajes de cuidadosa elaboración estética: Madera (1980) y Los dueños del río (1980). Estos tres últimos cineastas: Rolando, Fernando y Daniel, venían participando como realizadores en los noticieros del ICAIC de finales de los años setenta, algunos de los cuales ya desbordaban esa categroía y devinieron documentales de amplia aceptación popular, con un enfoque crítico sobre los servicios a la población y la atención a la comunidad. Documentales sobresalientes de esta época son también Pablo (1978), largometraje de Víctor Casaus; Pedro cero por ciento (1980) y Cayita, leyenda y gesta (1980), de Luis Felipe Bernaza; y A veces miro mi vida (1981), de Orlando Rojas; los cuatro apoyados en individualidades carismáticas irrepetibles, cada una perteneciente a esfera social y contextos diferentes. Una temática imprescindible del cine documental cubano en la segunda mitad de la década de los setenta necesariamente tenía que ser la de nuestra participación en las luchas solidarias de liberación en el continente africano. Títulos como La guerra en Angola (1976) de Miguel Fleitas y Etiopía, diario de una victoria (1979) —coproducción del ICAIC y ECITV-FAR— realizado por el propio Fleitas con Roberto Velázquez, recogen este testimonio. A finales de esa década se produce una especie de eclosión del movimiento aficionado de cineastas, gracias a la introducción y venta de equipamiento y película de 8 mm en el país. Esto posibilitó que surgieran grupos como el de la Casa de Cultura de Plaza, en la capital, y el Círculo de Aficionados del Cine Cubanacán de Santa Clara, entre otros, lo cual daría pie a que en septiembre de 1981 se organizara por el Ministerio de Cultura el Primer Encuentro Nacional de Cine Aficionado, en La Habana, y en noviembre de 1984, el Primer Festival Nacional de Cine Aficionado donde se mostraron numerosos documentales de cineastas no profesionales. Los ochenta fueron años de reformulación de la política cultural cubana, en los cuales predominó una ansiedad por problematizar el arte y vincularlo con la realidad social. Aunque existieron controversias y polémicas que rebasaron los marcos del ICAIC, en esta etapa tuvieron acceso al documental otras talentosas nuevas figuras que realizaron obras meritorias de diversos temas. Entre la producción más descollante del documental cubano del ICAIC de los ochenta pueden enumerarse: En tierra de Sandino (1980) de Jesús Díaz, La Gloria City (1980) de Sergio Núñez, Historia de una descarga (1981) de Melchor Casals, Algo más que una medalla (1982) de Rogelio París, Con amor (1982) de Santiago Villafuerte, El corazón sobre la tierra (1982) de Constante Diego, Una foto recorre el mundo (1982) del chileno Pedro Chaskel, Crónica de una infamia (1982) de Miguel Torres, La espera (1982) de Orlando Rojas, Camilo (1982) y Omara (1983) de Fernando Pérez, Mujer ante el espejo (1983) de Marisol Trujillo, Los marielitos (1983) y Niños desaparecidos (1985) de Estela Bravo —en coproducción con el ICRT y Sky Productions respectivamente—, Granada, el despegue de un sueño (1983) y El viaje más largo (1987) de Rigoberto López, La semilla escondida (1984) de Lázaro Buría, Una vida para dos (1984) y Kid Chocolate (1987) de Gerardo Chijona, Yo soy la canción que canto (1985) y Con luz propia (1988) de Mayra Vilasís, Uno, dos, eso es (1986) de Miriam Talavera, Mientras el río pasa (1986) y Volvamos a empezar (1987) de Guillermo Centeno, No es tiempo de cigüeñas (1987) de Mario Crespo, Joven de corazón (1987) de Octavio Cortázar, Buscando a Chano Pozo (1987) de Rebeca Chávez, ¡Quietos ya! (1987) de Guillermo Torres, Telarte (1987) de Idelfonso Ramos y Campeonas (1988) de Oscar Valdés, aunque tal vez la personalidad más singular del género en esos años sea la de Enrique Colina, que con sus cortometrajes del período (Estética, 1984; Vecinos, 1985; Más vale tarde que nunca, 1986; Chapucerías, 1987) supo captar con auténtico espíritu criollo la forma de ser del cubano actual. En la segunda mitad de la década del ochenta aparecen los primeros trabajos fílmicos procedentes del Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) —fundado en junio de 1987 e integrado por jóvenes miembros del ICAIC, el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), los ECITV-FAR y de Cinematografía del MINED— y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños —inaugurada en diciembre de 1986—, que promueven a una novísima generación de cineastas. Instituciones o dependencias como los ECITV-FAR, ya mencionados, y los Estudios Cinematográficos del ICRT— creados estos últimos en 1962—, logran en estos años ampliar la producción de documentales para los fines específicos con que el Estado las creó. El formato de vídeo se agrega al de celuloide, y posibilita también que los grupos de cine aficionado que existen en el país puedan incrementar el número de cortometrajes realizados. Las Muestras de Cine Joven que se organizan a partir de 1988 hasta 1992 y cuyo espíritu recogió después el evento anual El Almacén de la Imagen, de Camagüey, coadyuvaron al ensanchamiento del espectro temático de los materiales concebidos. Diana (1988) de Juan Carlos Cremata (EICTV), Hilo directo (1988) de Frank Rodríguez (EICTV), Sonata para Arcadio (1989) de Fernando Timossi (EICTV), Piensa en mí (1989) de Alejandro Gil (ECITV-FAR), Muy bien (1989) de Aarón Yelín (EICTV), La americana (1990) de Luis Orlando Deulofeu (EICTV-FAR), Querido y viejo amigo (1990) de Gloria Torres y Magda González —ambas del ICRT—, En la calzada de Jesús (1991) de Arturo Sotto (EICTV), Palomas (1991) de Niurka Pérez (EICTV-FAR), Reflexión (1992) de Ricardo Martínez (AHS) y Memoria (1992) de Rosaida Irizar (ECITV-FAR), son algunos ejemplos de los títulos documentales más significativos en estas muestras iniciales. Una nueva figura que despunta en el documental cubano, a finales de esta década e inicios de la década de los noventa, es Jorge Luis Sánchez, realizador proveniente del Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz, quien con sus cortometrajes Un pedazo de mí (1989) y El Fanguito (1990) parece centrarse en los conflictos de algunos personajes de nuestro entorno que viven y se comportan de forma diferente al resto de la sociedad; estos documentales han recibido amplios reconocimientos nacionales e internacionales. En cuanto a las realizadoras surgidas a principios del último decenio del siglo XX, una de las más galardonadas ha sido Niurka Pérez, quien formando parte en sus comienzos de ECITV-FAR, logró romper cierto estigma ortodoxo de la temática patriótico-militar al cual muchos consideraban que estaba únicamente limitada la producción de esta institución. Luis O. Deulofeu, a comienzos de los noventa logra producir también dentro de estos Estudios dos obras muy relevantes: Equilibrio (1992) —sobre los planes agrícolas para el autoconsumo dentro de las FAR— y Forever (1993) —acerca de la aparición de la bicicleta como parte del paisaje y el hogar cubanos—, que demuestran un gran sentido audiovisual muy imaginativo. Los telecentros creados en cada una de las provincias van sumándose también en el futuro a esta corriente de novedosos talentos audiovisuales. Tele-Pinar consigue en un inicio estar a la vanguardia, al alcanzar ya en la Tercera Muestra de Cine Joven un premio en video con Juanito (1990) de Ramón Rodríguez. Algunos estudiantes extranjeros de la EICTV de San Antonio de los Baños, como el brasilero Wolney Oliveira —con El invasor marciano: 36 años después (1988) y Sabor a mí (1992)— y el español Benito Zambrano —hoy consagrado realizador de su país—, con Los que se quedaron (1993), logran incluso galardones a nivel internacional, en festivales de cine de España, Brasil y Argentina respectivamente. Otros títulos destacados realizados en la EICTV son Barrio Belén (1988) de la peruana Marité Vargas, Rincón de San Lázaro (1991) del nicaragüense Leonel López, y Un héroe se hace a patadas (1995) del colombiano Andrés Burgos. La grave crisis económica que comienza a atravesar el país a principios de la década de los noventa, causada por el derrumbe del campo socialista y la desintegración de la URSS, obliga a restringir la producción de nuestros documentales y a buscar nuevas alternativas de expresión artística a los realizadores. El Noticiero ICAIC Latinoamericano concluye su producción en julio de 1990, luego de treinta años ininterrumpidos, bajo la dirección de Santiago Álvarez. No obstante, dos de sus emisiones, Los albergados y Un día de Atarés, ambas de José Padrón, se erigen por encima del promedio y consiguen ese año alcanzar el premio especial del Jurado de documentales en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Los estudios cinematográficos del ICRT también recesan definitivamente al iniciarse los noventa. En sus cerca de tres décadas de existencia logró consolidar una buena cantidad de obras en celuloide y perfilar un apreciable número de realizadores. Entre lo más notable de la producción de documentales para este medio pueden citarse La sonrisa de la victoria (1970), de Sergio Núñez; Cuando pasa la muerte (1979), de Jorge Ramón González, merecedora de una Paloma de Oro en el Festival de Leipzig; Arcoiris de pueblos (1980), de Víctor Buttari y Ángel Castro; Las parrandas remedianas (1981) y Caturla (1984), de Senobio (Puri) Faget; Líbano, la guerra interminable (1982), de Diego Rodríguez Arche; 635 años de son (1978) y Nicolás (1984), de Teresa Ordoqui; Todo lo que se diga es poco (1983), de Santiago Prado; Jalapa, la frontera (1984), de Simón Escobar; Salvando flores (1984), de Félix Marcos Daniel; Esteban Salas (1984), de Andrés Torres; Vida nocturna (1983) y SOS Quelonios (1983), de Manuel Acosta Cao; La ciudad de las columnas (1984), de Norma Heras León; El desastre de Barcaiztegui (1984), de René David Osés; El orfebre (1986), de Lizette Vila; Cartas de un hombre (1986), de Jorge Aguirre, etcétera. Las filmaciones en vídeo, las cintas en coproducciones y la prestación de servicios a cineastas extranjeros se presentan como diversas opciones para continuar en activo dentro de la industria cinematográfica nacional. En estas condiciones, a pesar de las limitaciones del Período Especial, el ICAIC logra producir algunos documentales interesantes en celuloide como Hasta la reina Isabel baila el danzón (1991), de Luis Felipe Bernaza; El rey de la selva (1991), de Enrique Colina; A mis cuatro abuelos (1991), de Aarón Yelín; El largo viaje de Rústico (1993), de Rolando Díaz; y Cuerdas de mi ciudad y El cine y yo, de Mayra Vilasís, ambos de 1995; mientras que en el formato de vídeo aparecen obras destacadas como La virgen del Cobre (1994), de Félix de la Nuez; Del otro lado del cristal (1995), de Guillermo Centeno, Marina Ochoa, Manuel Pérez y Mercedes Arce; El cine y la vida: Nelson Rodríguez y Humberto Solás (1995), de Manuel Iglesias, Y me gasto la vida (1997), de Jorge Luis Sánchez, así como Identidad (1999) y De mi alma, recuerdos (2002), de Lourdes de los Santos. Entre los cortometrajes documentales realizados en vídeo fuera del ICAIC, durante los años noventa, uno de los más relevantes posiblemente sea Herido de sombras (1994), de Jorge Dalton, —coproducido entre el Departamento de Vídeo y Televisión de la Universidad de Guadalajara, y el Taller de los Inundados de la televisión cubana, que integraron Camilo Hernández, Armando Llanes y el propio Dalton, responsable del desaparecido programa Memoria. Desde mediados de los años, pero mayormente sobre todo en los 90, se crean casas productoras de vídeo para dar respuesta a la necesidad de la filmación de audiovisuales a un costo más bajo. Entre ellas las más conocidas son Mundo Latino, del PCC —que no solo circunscribe su producción a la esfera político-ideológica, sino que incluye otras temáticas como las del arte y el folklore [la serie Lucumí (1994) de cinco cortometrajes de Tato Quiñones, Wemilere (1994) de José Estrada o Sosabravo en dos dimensiones (1995) de Teresita Huerta, por ejemplo], la ciencia y la tecnología o la ecología y el medio ambiente—; Televisión Latina, de la Agencia Informativa Prensa Latina —que ha procurado trabajos valiosos como Fe (1989) de Cristina González, Miami-Habana (1992) de Estela Bravo y Mujeres diferentes (1997) de Niurka Pérez—; RTV Comercial, empresa del ICRT, —con obras concursantes en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano como Caballero de La Habana (1998) de Natasha Vázquez y Rigoberto Senarega, Del habano: historias y misterios (1999) de Teresita Gómez y Los sitios cubanos de Ernest Hemingway (1999) de Jorge Alonso Padilla—; Hurón Azul, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) —con títulos significativos como Gracias a la vida (1998) de Lizette Vila, Bajo la noche lunar (1998) de Lourdes Prieto, Soy como soy (1999) de Octavio Cortázar y Hombre de teatro (2000) de Jorge Aguirre—; y Producciones Trimagen S.A., surgida a partir de los antiguos Estudios Cinematográficos y de Televisión de las FAR que a finales de los ochenta se denominaron Estudios Granma, los cuales luego diversificaron su producción temática y recientemente se han transformado en una empresa de servicios —entre lo más sobresaliente de esta institución en la última década pueden citarse Del sueño a la poesía (1993) de Belkis Vega, Nube de otoño (1993) de Alejandro Gil y Zaida (1994) de Niurka Pérez. Paralelamente comienza o se amplía la producción de materiales procedentes de otros telecentros del interior del país; de estos TV Camagüey y la Televisión Serrana parecen llevar la batuta, y más recientemente también CHTV. Del primer telecentro pueden citarse interesantes documentales como El viaje (1996) y La tejedora: su extensa realidad (2001), de Gustavo Pérez, y del segundo, Tocar la alegría (1996), de Marcos Bedoya; Video carta a Islas Baleares (1998) y La tierra conmovida (1999) de Daniel Diez; La chivichana (2000), de Waldo Ramírez; y Al compás del pilón (2002), de Carlos Y. Rodríguez. De CHTV es destacable la serie de jóvenes artistas plásticos realizada por Yuder Laffita. También en los últimos años estudiantes de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior del Arte (ISA) han acometido trabajos documentales, entre los cuales sobresalen Y todavía el sueño (1998) y Los zapaticos me aprietan (1999) de Humberto Padrón, El gusto exquisito (2001) de Lluis D. Hereu Vilaró y Habanaceres (2001) de Luis Leonel León. Instituciones culturales como el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau o CREART, entre muchas otras, así como entidades religiosas y otras asociaciones no gubernamentales —el Centro Martin Luther King Jr., la Oficina Católica Internacional del Cine y el Audiovisual de Cuba, el Grupo Promocional del Barrio Chino, por citar solo algunas— han conseguido también rodar documentales de su esfera de interés. Algunos realizadores han acudido a productores extranjeros con sus proyectos y han logrado filmar en vídeo largometrajes documentales como Yo soy del son a la salsa (1996), de Rigoberto López, o en vídeo como ¡Van Van empezó la fiesta! (2000) de Aarón Vega en codirección con Liliana Mazure, los cuales se han exhibido durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, con notable acogida de público, crítica y jurados. Otra variante de producción es la de que incluso algunos documentalistas de instituciones oficiales han fundado sus propios grupos de video independientes, adscriptos al Movimiento Nacional de Vídeo, y, en ocasiones, éstos han realizado coproducciones con entidades estatales o casas productoras; casos que sirven de ejemplo son el de Marina Ochoa y Félix de la Nuez, quienes crearon el ya desaparecido grupo Trivisión, y filmaron junto al ICAIC y CINED, Blanco es mi pelo, negra es mi piel (1996), que fuera galardonado en Cinemafest´97, en San Juan, Puerto Rico, así como el de Gloria Rolando, fundadora del grupo de vídeo Imágenes del Caribe, realizadora, entre otras obras, de El alacrán (1999), producida por Televisión Latina con la colaboración técnica y artística de esta agrupación de vídeo. La Primera Muestra Nacional del Audiovisual Joven —que se desarrolló entre finales de octubre y principios de noviembre del 2001— y la Segunda Muestra Nacional de Nuevos Realizadores —celebrada en febrero del 2003— ayudaron a divulgar más ampliamente varios nombres de los más noveles talentos en el género. En el año 2001 en la Televisión Cubana se crea el Grupo de Creación de Documentales para dar continuidad a la producción de obras del género en este medio concebidas por realizadores experimentados, que ha aglutinado también a artistas procedentes de otras entidades e instituciones. Documental Kid ChocolateA comienzos del siglo XXI el documental cubano continúa su búsqueda creativa permanente intentando experimentar o innovar [La época, el encanto y fin de siglo (1999) de Juan Carlos Cremata, Las manos y el ángel: tributo a Emiliano Salvador (2002) de Esteban García Insausti, Documentos personales (2004) de Ismael Perdomo], abordando temas originales, inéditos o apenas explorados [Hasta que la muerte nos separe (2001) y Mírame mi amor (2002) de Marilyn Solaya; En vena (2002) de Terence Piard, Otoño (2001) de Patricia Pérez; Viviendo al límite (2004) de Belkis Vega], desarrollando asuntos conflictivos o polémicos [Frank Delgado, una nueva trova (2002) de Juan Carlos Travieso, De Moler (2004), de Alejandro Ramírez], aprovechando sabiamente el legado cinematográfico para homenajear a figuras cimeras de nuestra cultura [Luis Carbonell (después de tanto tiempo) (2001) de Ian Padrón] o profundizando en nuestras raíces artísticas [Los últimos gaiteros de La Habana (2004) de Ernesto Daranas y Natasha Vázquez]. Incluso el documental traspasa cada vez más las fronteras del cine de ficción o se apropia de las técnicas de puesta en escena de este último, como en la conmovedora Suite Habana (2003) de Fernando Pérez, donde ambos géneros se mezclan o confunden. Dificultades y escollos no faltan para salir adelante en los tiempos que corren, pero este prestigioso género fílmico del cine cubano insiste en desempeñarse airoso frente a los retos y desafíos que le salen al paso.


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1. DOCUMENTALES - CUBA
2. HISTORIA - DOCUMENTALES
3. REVISTA CINE CUBANO
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